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Filipinas: las cicatrices educativas de la pandemia

  • 20-1-2023 | Rubén M. Mateo
  • «El país vuelve a las clases presenciales. El modelo híbrido (lecciones físicas y a distancia) funcionó como herramienta para la privada. La pública acusa falta de recursos tecnológicos»
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Adelaide Dolar tiene un ingreso diario de 300 pesos filipinos —unos 5 euros al cambio–. Los consigue vendiendo bocadillos y con servicios de lavandería. Con sus ganancias tiene que presupuestar el sustento familiar. Durante la pandemia tuvo un gastro extra: las tarifas de datos móviles de sus tres hijos, estudiantes de educación básica. En ocasiones, debido a la ausencia de electricidad en su casa, se acercaba a la de su vecino para pedirle cargar los teléfonos. Y es que el Covid-19 provocó que fuera difícil para muchas familias filipinas con dificultades económicas seguir la educación a distancia. No es solo el dinero —una recarga de internet oscila los 200 pesos filipinos–, también el tiempo que Adelaide dedicaba a monitorear el avance de sus hijos y ayudarlos con las tareas por la mañana. «Creo que aprenden, pero aprender con profesores es mucho mejor. A veces, me resulta muy difícil entender sus lecciones. Las clases presenciales siguen siendo la mejor manera de hacerlo», dijo Dolar en una entrevista al diario online Rappler. El precio de los dispositivos también supuso un esfuerzo para los hogares con una economía más ajustada.

Filipinas comenzó el año escolar con clases presenciales el pasado 22 de agosto tras más de dos años, siendo uno de los países que más ha mantenido cerradas sus aulas durante la pandemia. Solo 24.000 de las 54.000 escuelas que tiene el país comenzaron sus clases con un 100% de presencialidad —las demás lo hicieron con un modelo híbrido– durante un período de transición hasta noviembre, fecha en la que el Departamento de Educación fijó para la total presencialidad. No obstante, la vuelta a las aulas también motivó protestas por parte de un sector del profesorado, que pidió una vuelta segura, frente a la política de «no discriminación» del gobierno. Según datos de Educación —agosto 2022–, tan solo un 19% de los escolares en Filipinas han sido vacunados completamente contra el coronavirus, frente al 92% del personal educativo.

El estallido de la pandemia del coronavirus, en marzo de 2020, condujo al Gobierno filipino a cerrar las escuelas durante los cursos académicos de 2020-2021 y 2021-2022 en todo el país, que sufrió uno de los confinamientos más largos y estrictos del planeta. El largo cierre de los colegios despertó la preocupación entre los expertos, que advirtieron de los efectos de esta decisión. «En 2020, las escuelas de todo el mundo estuvieron completamente cerradas durante un promedio de 79 días de enseñanza, mientras que en Filipinas permanecieron cerradas durante más de un año, lo que obligó a los estudiantes a inscribirse en modalidades de aprendizaje a distancia. Las consecuencias asociadas al cierre de escuelas (retrasos de aprendizaje, salud mental, mayor riesgo de abandono, trabajo y matrimonio infantil) afectaron a muchos niños, especialmente los estudiantes más jóvenes en etapas críticas de desarrollo», aseguró el representante de UNICEF en Filipinas, Oyunsaikhan Dendevnorov.

Durante la pandemia, el Departamento de Educación de Filipinas apostó por una mezcla de opciones de aprendizaje remoto: plataformas en línea, televisión, radio educativas y módulos impresos. También se puso en marcha un call center con 70 profesores de lunes a viernes para que los alumnos —24.6 millones están matriculados en primaria y secundaria, de los cuales 22.5 millones estudian en escuelas públicas y 2.1 millones en privadas– pudiesen contactar vía teléfono o chat online y resolver sus dudas. Las consultas de matemáticas y gramática fueron las más comunes. El aprendizaje en línea, por su dependencia, se ha convertido en un gran experimento de vida en estos años, teniendo en cuenta que, según el Banco Mundial, al comienzo de la pandemia, solo el 50% de la población en Filipinas hacía uso de internet. Sin embargo, las desigualdades sociales y la falta de recursos para impulsar estos modelos remotos golpearon y siguen afectando a muchos profesores y estudiantes.

Modelo híbrido, una realidad solo para la privada

En las zonas urbanas de Filipinas es más fácil tener acceso a una conexión, al contrario que en las zonas rurales, donde el 52,6% de la población del país —cerca de 110 millones– no cuenta con una conectividad fiable. Muchos de los alumnos, durante la pandemia, se vieron obligados a caminar largas distancias para poder conectarse. La falta de dispositivos es otro escollo, ya que solo el 40% de los alumnos contaba con un dispositivo durante la pandemia para seguir las clases, según la encuesta Social Weather Stations. Las familias gastaron un promedio de 172 dólares por alumno, una cifra que supone la mitad del sueldo medio en el país. Esta realidad precipitó que algunos profesores hayan tenido que costear los dispositivos de sus estudiantes. «Debido a que estamos en la escuela pública, no podemos exigir que compren teléfonos. No tienen dinero para comprar su propia comida, ¿y van a comprar su propio teléfono móvil para aprender? ¿Qué es más importante para vivir, comer o estudiar?», dijo en una entrevista a Time la profesora Marilyn Tomelden, de la provincia de Quezón.

Si bien la mayoría de escuelas públicas volvió a las clases presenciales en noviembre (el 97,5%), la mayoría de escuelas privadas del país optaron por continuar con el modelo híbrido, que combina la presencialidad con las lecciones a distancia. Según datos oficiales —noviembre 2022– del Departamento de Educación, de las cerca de 11.700 escuelas privadas en el nivel de educación básica, 6.867 de ellas (58,7%) todavía están implementando el aprendizaje combinado, mientras que 4.578 o (39,1%) están llevando a cabo clases en el aula. Por otro lado, unas 203 escuelas privadas, el 1,7% del total, están implementando el aprendizaje a distancia completo o aún no han requerido que sus estudiantes vuelvan al campus.

El Departamento de Educación instó inicialmente a todas las escuelas, públicas y privadas, a implementar las clases presenciales completas antes del 2 de noviembre. «Después de dicha fecha (2 de noviembre), a ninguna escuela pública se le permite implementar el aprendizaje puramente a distancia o el aprendizaje combinado, excepto para aquellas a las que se les proporciona expresamente una exención por parte del Director Regional y aquellas cuyas clases se cancelan automáticamente debido a desastres y calamidades», expresó en un comunicado el Departamento de Educación, que dijo mantener su confianza «en los beneficios de celebrar clases presenciales para promover el desarrollo académico y la salud mental general y el bienestar de nuestros alumnos». Varios estudios publicados, cita el Departamento de Educación, señalan «el hecho indiscutible de que las clases presenciales siguen siendo la mejor opción para la educación básica».

No obstante, el 17 de octubre, mediante una circular, permitió que las escuelas privadas continuaran con el aprendizaje a distancia mixto, aunque confiando en «que los padres y tutores de estudiantes de escuelas privadas no pierdan de vista la cantidad de estudios científicos que hablan de las ventajas de las clases presenciales sobre el aprendizaje en línea». La vicepresidenta y secretaria de Educación, Sara Duterte, dijo que se incurrieron en brechas de aprendizaje durante el período más crítico de la pandemia cuando se estaba implementando el aprendizaje a distancia puro.

Según datos oficiales —noviembre 2022– del Departamento de Educación de Filipinas, de las cerca de 11.700 escuelas privadas en el nivel de educación básica, 6.867 de ellas (58,7%) todavía están implementando el aprendizaje combinado

Keys School Manila es una escuela privada de la ciudad de Mandaluyong. En ella se imparten tres días de clases presenciales y dos a distancia (lunes y viernes). Eunice David., profesora de primaria, asegura que, tras escuchar a padres y directivos, la escuela optó por mantener el aprendizaje híbrido, incluso con las advertencias del Departamento de Educación para volver a la presencialidad. Entre las ventajas, aclara en una entrevista con el digital Inquirer, un horario más flexible para la planificación del profesorado y un ahorro de tráfico para los alumnos, ya que muchos de ellos pierden demasiado tiempo para llegar al centro por los atascos. «Los estudiantes de secundaria expresaron especialmente su preferencia por este horario, ya que permitía un mayor aprendizaje y tenían más flexibilidad con su horario», afirma David., citando un comunicado que hizo público su escuela para justificar la decisión. Las clases presenciales, reza el comunicado, ayudaron a evaluar el nivel de habilidad de sus estudiantes de primer grado y, al mismo tiempo, las clases en línea también ayudaron a retener las lecciones o las mejores prácticas que obtuvieron los alumnos del aprendizaje a distancia en los años de la pandemia. Sin embargo, el modelo híbrido fue solo una realidad para la educación privada en un país que arrastra grandes desigualdades sociales.

Un tren escolar

En las zonas rurales y menos desarrolladas, durante la fase crítica de la pandemia, muchos profesores se dedicaron a ir puerta por puerta controlando que sus alumnos no hubieran abandonado. El protocolo invitaba a que después de cinco semanas sin saber del estudiante, se acercaran a su casa para preguntar qué pasaba. Una situación no fácil de gestionar para docentes que cuentan con más de 40 alumnos por cada clase. Muchos profesores encontraron en Youtube y Messenger una solución, aunque muchos alumnos se quedaron sin datos rápidamente. «Inician sesión con datos que le cuestan unos 50 pesos (0,84 euros). Normalmente, eso es suficiente para una semana, pero las clases en línea requieren vídeos. Para cuando llegan a su tercera clase del día, ya han agotado todos los datos», asegura en una entrevista a The Strait Times la profesora Joji Fernando, directora de la Escuela Secundaria Nacional de San Roque en Navotas, quien vio cómo el número de estudiantes se reducía de 40 a 7 con el aprendizaje en línea.

A mayor dificultad, mayor ingenio. A cuatro profesores de la ciudad de Tagkawayan, a unos 175 kilómetros de Manila, se les ocurrió construir un pequeño «tren» de apenas dos metros para desplazarse por una vía férrea inutilizada. El vehículo consiste en un pequeño palé o soporte de madera dividido por una pizarra. En la parte delantera van dos docentes y atrás otros dos. Uno de ellos se encarga de dar impulso al vehículo como si fuera un monopatín para que se desplace por las vías del tren. De esta forma, llevan la educación hasta 60 alumnos repartidos en aldeas de la zona tres días a la semana. Prestan libros, dan lecciones de inglés, filipino o matemáticas y resuelven las dudas de los estudiantes, que al igual que los voluntarios que enseñan, proceden de entornos más desfavorecidos.

«Los niños no podían ir al colegio debido a la pandemia. Ellos continuaban con un sistema en el que los alumnos contestaban a las actividades propuestas en materiales impresos», explica en una entrevista con el medio alemán Deutsche Welle, Samboy Niala, uno de los profesores —ahora son 15–, para concluir que «es importante ayudar a los niños menos favorecidos porque la educación es la llave maestra para que tengan un futuro».

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