El documento tardará unos segundos en cargarse. Espere, por favor.
Carlos J. González, profesor y orientador: «El ...
Tienda
Ocultar / Mostrar comentarios

Carlos J. González, profesor y orientador: «El profesorado está poco valorado en España»

  • 27-1-2023 | Noelia García Palomares
  • El docente hace un llamamiento por la filosofía, más necesaria que nunca, porque fomenta la pausa y activa la atención, la concentración, la creatividad y la imaginación
Portada

El Gobierno eliminó en marzo la asignatura de Filosofía como optativa y la introdujo en Valores Cívicos y Éticos. Se aprobó el Real Decreto Ley para el nuevo currículo donde se especificaba el conjunto de objetivos, contenidos y métodos para la Secundaria. A pesar de las críticas y que algunos cambios respecto a la materia no convencieron al profesorado, la realidad es que la asignatura ha perdido algo de peso en la ESO. La Filosofía es una disciplina que fomenta el pensamiento crítico e independiente y es capaz de trabajar en pro de una mejor comprensión del mundo y de promover la tolerancia y la paz.

Carlos Javier González Serrano, Freigeist (Madrid, 1985) es director de proyectos culturales. Asesor de cultura y comunicación, profesor de Filosofía y Psicología de Secundaria y Bachillerato y tutor y orientador en esta misma etapa. El docente sostiene que «la filosofía es fundamental porque no enseña a vivir, sino a preguntarnos por las condiciones en las que vivimos. No da soluciones, sino vías tentativas por las que transitar para comenzar a pensar tanto individual como colectivamente».

Carlos, además, es conferenciante internacional en diversas instituciones y universidades nacionales e internacionales, así como, presidente de la Sociedad de Estudios en español sobre Schopenhauer (SEES), embajador de la Internationale Philipp Mainländer-Gesellschaft y director del podcast «A la luz del pensar» (Radio Nacional de España).

¿Cuándo comenzó tu interés por la filosofía?

Mi primer acercamiento a la filosofía tuvo lugar en mi adolescencia. Mientras escuchaba las explicaciones de mi profesor del colegio, leía con fruición la Historia de la Filosofía de Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset. Fue en aquel período, con apenas dieciséis años, cuando me di cuenta de que había interrogantes a los que nunca podría renunciar que tenían que ver con la voluntad, la razón, el bien, la verdad, la justicia o la maldad. Para mí fue una suerte de revelación, casi de una epifanía: la filosofía como disciplina que no me daba respuestas, que no podía quedar recogida en simples fórmulas, sino que también y sobre todo fomentaba mi natural curiosidad como adolescente. Como una amiga que nunca fallaba en mi permanente asombro adolescente.

«Todo el currículo, desde educación infantil hasta bachillerato, debería estar centrado en un enfoque humanístico, que fomente el pensamiento propio»

¿Por qué es necesaria la filosofía en las aulas?

Como alumno, siempre pensé que la filosofía me ofrecía herramientas vitales que el resto de las asignaturas no ponían sobre la mesa. La filosofía me hacía sentirme motivado a pensar la realidad desde todas sus vertientes, a no dar nada por sentado, y por primera vez me cuestioné la autoridad de todo lo que me había sido transmitido: por mi familia, por mis profesores, por las leyes o por la publicidad. No para destruirlo, sino para considerarlo desde el punto de vista de la interrogación. Como profesor, y en un contexto (como el nuestro) tan atiborrado de estímulos, la asignatura de Filosofía es más necesaria que nunca porque fomenta la pausa y la activación de procesos cognitivos básicos como la atención o la concentración, además de activar la creatividad o la imaginación. En términos intelectuales, dota al alumno de un conjunto de conocimientos que le permiten comprender la hondura de ciertos problemas que, como seres humanos, no podemos —ni queremos- soslayar. Me gusta definir la filosofía como la disciplina que enseña a ver los detalles, que se adentra en las grietas de nuestras seguridades y que hace todo poroso. La filosofía es fundamental porque no enseña a vivir, sino a preguntarnos por las condiciones en las que vivimos. No da soluciones, sino vías tentativas por las que transitar para comenzar a pensar tanto individual como colectivamente.

¿Estamos enseñando a filosofar, o tan sólo repitiendo como un mantra algunos episodios de la historia de la filosofía, o del pensamiento de algún filósofo canónico, generalmente difícil de comprender?

Se trata de un falso y poco edificante debate, es una problemática inexistente y muy superficial. Para hacer filosofía también es necesario conocer la historia del pensamiento, saber cómo han pensado otros individuos los mismos problemas a los que nos enfrentamos (de igual forma que estudiamos las matemáticas de hace siglos o la física o química de otros periodos históricos, aunque resulten en algunos puntos obsoletas). Puede que el escenario y los personajes cambien, pero los dilemas a los que nos enfrentamos son muy similares: la injusticia, la crueldad, la influencia del entorno, la educación de nuestra voluntad y nuestro deseo, nuestros tiempos de vida, etc. Es imprescindible mostrar el valor del pensamiento propio, fomentar la autonomía y la independencia, es decir, invitar a los chavales y chavalas que desarrollen un criterio propio sobre el mundo que los rodea. Esto es lo central: invitarles a contar con un criterio propio, razonado, argumentado. Ahora bien, no partimos de la nada, sino de toda una tradición que es importante no memorizar, sino entender. A mi alumnado siempre le digo que aprendan a «tirar del hilo», que no intenten memorizar sin más lo que dijeron Descartes o María Zambrano, sino que se integren y sumerjan en sus doctrinas filosóficas para saber desde dónde pensaban y por qué se enfrentaban a ciertos problemas y no a otros. Lo fundamental no es el conocimiento memorístico de la historia de la filosofía, sino enseñar la historia de la filosofía para poder problematizar otras maneras de pensar, pasadas, presentes y futuras. Esta manera «narrativa» de enseñar filosofía me da muy buenos resultados tanto académicos como emocionales y pedagógicos.

¿Cuál debe ser el papel de la Filosofía en la escuela?

A mi juicio, la clave reside en el enfoque. Todo el currículo, desde educación infantil hasta bachillerato, debería estar centrado en un enfoque humanístico, es decir, que fomente el pensamiento propio y no entregue el conocimiento de las distintas materias como recetas mágicas para intervenir en nuestro escenario vital. Es importante que los y las jóvenes aprendan contenidos, pero más relevante aún es (saber y querer) transmitirles el valor del conocimiento, de aquello que aprenden. La filosofía debería estar presente en la educación desde sus primeros estadios. He hecho talleres con niños y, por talante natural, se enfrentan a preguntas que quieren contestar, a las que no pueden renunciar: por qué un compañero es bueno o malo, por qué «hay que» obedecer a la profesora o a los padres, por qué tienen que ir al colegio... Siempre el porqué, que muchas veces tendemos a silenciar en niños. Lejos de esta actitud cercenadora, deberíamos fomentar la curiosidad y el asombro, escuchando y animando el intercambio de ideas en espacios intelectualmente abiertos donde el respeto por el otro y la escucha activa fueran los estandartes de una asignatura de filosofía desde la infancia. La filosofía no sólo enseña contenidos, también muestra una manera de ser y estar en el mundo: una manera comprometida con lo que nos pasa y con lo que podemos hacer con eso que nos pasa.

¿Qué beneficios les aporta a los alumnos?

Los beneficios son numerosos y diversos, aunque no suele gustarme este enfoque «rentabilista» o de «utilidad». El conocimiento tiene valor en sí mismo, y esto deberíamos recalcarlo incansablemente. En cualquier caso, a nivel cognitivo, la filosofía aporta capacidad de asombro, atención y concentración, además de capacidad de comprensión lectora, cada vez más mermada en niños y adolescentes a causa de la abusiva utilización de los dispositivos electrónicos. En términos comunitarios, otorga capacidad de escucha y respeto mutuo. En términos históricos, permite conocer el desarrollo del pensamiento humano en las distintas etapas de nuestro pasado. En términos académicos y competenciales, ofrece capacidad para leer y escribir, creatividad, imaginación y resolución de conflictos, así como potencia oratoria y retórica. Y, ante todo, y en todas las etapas, permite al alumnado enfrentarse con lo desconocido, a un modo novedoso de observar la realidad. Como decía Ortega y Gasset, con «ojos en pasmo», es decir, de asombro, para —como dejó escrito María Zambrano- no «resbalar por la vida», sino acogerla con responsabilidad para actuar en y con ella.

¿Ocupa esta asignatura el lugar que se merece en la escuela?

Desde luego que no. La última reforma educativa (LOMLOE) ha acabado casi definitivamente con la filosofía en la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), relegando la obligatoriedad a la etapa (no obligatoria) de bachillerato. Por tanto, y sin que se trate de un afán gremialista, debemos luchar por que esté en el currículo desde etapas tempranas de la educación por su importancia histórica, pedagógica, intelectual e incluso emocional.

La filosofía esté desapareciendo de los planes de estudio, y de la calle misma. Todo el mundo puede ser filósofo, pero mucha gente ha renunciado a esa capacidad. ¿Qué opinas de esto?

No estoy de acuerdo con que la filosofía haya desaparecido de la calle. De hecho, vivimos un momento álgido de interés por la filosofía en el público no especializado. Imparto numerosos talleres, charlas y conferencias (tanto en España como en el extranjero) en librerías, participo en diversos medios de comunicación... y el pulso ciudadano es claro: más que nunca, la gente se ve necesitada de instrumentos intelectuales con los que enfrentar y pensar nuestra complejo y multidimensional realidad. Mi propio alumnado se muestra muy interesado por la materia, porque saben que es «lo distinto», «lo otro», «lo diferente», y hoy más que nunca debemos hacernos cargo de ese concepto fundamental en filosofía, la diferencia. Todo es cada vez más homogéneo, todo se hace igual y tiende a lo igual (todo nos iguala, las redes sociales son un claro ejemplo, con sus filtros de belleza o las actitudes de manada en Twitter, que nos convierten en rebaño adocenado); por eso, necesitamos la filosofía para enseñar el valor de lo distinto, de lo que no es como nosotros y con lo que debemos dialogar, incluso en la divergencia. En la calle hay mucho, muchísimo, interés por la filosofía, y desde instancias gubernamentales deberían responder a esta demanda masiva, incluyendo la filosofía en el currículo desde etapas tempranas. De esto no tengo ninguna duda: la voz de la filosofía nunca calla (ni callará) porque se ocupa de lo que a todos nos preocupa.

«Las escuelas no deberían nunca convertirse en exportadoras de trabajadores»

¿Qué le aconsejarías a quien quiera estudiar filosofía?

Que, sin dudarlo, siga su vocación, que no se arredre a pesar de los manidos «no tendrás trabajo» o «tendrás pocas salidas laborales». Sobre todo, porque es falso. Hay que perseverar en el propio camino, que en ocasiones se hace árido o pedregoso. El perfil de alguien que estudia la carrera de Filosofía es cada vez más requerido por empleadores a causa de las capacidades que se desarrollan en estos estudios: visión holística o de conjunto, capacidad oratoria, conocimiento de idiomas, creatividad, prudencia, capacidad de diálogo y de llegar a consensos, etc. Las escuelas no deberían nunca convertirse en exportadoras de trabajadores; el colegio es uno de los únicos reductos en los que el conocimiento y la libertad deberían hacerse valer como pilares fundamentales de una educación humanística. Es importante que los alumnos sepan interpretar una factura, sin duda, pero aún más importante es que sepan por qué tienen que pagarla, o por qué existen los impuestos en un Estado de bienestar, etc. No deberíamos transformar los colegios (ni las universidades) en meros expendedores de títulos al servicio del mercado laboral, sino fomentar su valor como lugares donde lo principal es transmitir el valor del conocimiento. El conocimiento no es mercancía, aunque quieran hacer de él un puro instrumento «útil».

¿Qué filósofo les atrae más a los jóvenes?

Es curioso que, con el devenir de los años, haya cambiado tanto el interés en este sentido. Tradicionalmente, Nietzsche ha sido el fetiche juvenil, pero, curiosamente, en los últimos años hay mucho interés por otro tipo de autores, digamos, más «esencialistas», como Platón. Creo que responde a una necesidad de buscar valores imperturbables, verdades fijas en un mundo que —como sugirió el sociólogo Zygmunt Bauman- es cada vez más líquido y que carece de certezas. Nietzsche fue fundamental en la historia de la filosofía porque cuestionó toda la tradición occidental de filosofía; pero, para poder destruir, cuestionar o deconstruir, hay que hacerlo sobre una base determinada. Es decir, para destruir primero tiene que haber algo construido. Y esto es lo que ahora buscan los chavales: un suelo firme sobre el que poner sus pies.

¿Qué soluciones prácticas hay para reformar la educación española entre todos?

Sobre todo, y en esto seré breve y tajante, contar con nosotros/as, con el profesorado, con quienes estamos todos los días a pie de aula con el alumnado (y charlamos con padres, madres y comunidad educativa), y dejar de levantar castillos pedagógicos en el aire que, sobre la teoría, pueden sonar dulzones y atractivos, pero que en el aterrizaje en el aula son totalmente descabellados y disfuncionales. Igual que al ingeniero se le pregunta para hacer un puente, se tiene que preguntar al profesorado sobre la educación y las leyes educativas, y a no a supuestos gurús al servicio del partido político de turno que jamás han puesto un pie en un aula ni se enfrentan de primera mano a las inquietudes y problemas de niños, adolescentes y jóvenes. Esto debería no olvidarse: el profesorado es una de las bases fundamentales sobre las que se erige una sociedad.

El pensamiento crítico y la creatividad son conceptos clave, ¿qué significado tienen para ti?

No soy muy partidario de hablar del «pensamiento crítico». Este tipo de vertiente crítica también pueden darla otras asignaturas, también de ciencias básicas y aplicadas. La cuestión no es fomentar el pensamiento crítico, sino saber por qué deberíamos ser críticos con nuestro contexto. La pregunta es anterior a la afirmación, es decir, de nada nos sirva el talante crítico si no sabemos sobre qué ejercerlo. La historia de la filosofía también ha dado a luz a muchos espíritus dogmáticos. Por eso, lo importante no es el «pensamiento crítico», sino hacer ver al alumnado la necesidad de pensar y pensarnos, y en este punto se relaciona con la creatividad. Para saber qué es necesario pensar, también es necesario acceder con cierta originalidad a la realidad cotidiana para, justamente, dejar de hacerla cotidiana y verla con ojos de asombro.

¿Qué pueden hacer los docentes para verse más motivados?

«La cuestión no es fomentar el pensamiento crítico, sino saber por qué deberíamos ser críticos con nuestro contexto»

En general, el profesorado está poco valorado en España. Y es un problema social enorme. No deberíamos olvidar que el profesor o profesora es una figura de apego; no sólo enseña, también pasa mucho tiempo con sus alumnos y tutorizados y se crean redes emocionales muy importantes, imprescindibles e insustituibles, para niños y jóvenes. El profesorado es una pieza clave de presente y de futuro, que salvaguarda el progreso intelectual e incluso emocional de las nuevas generaciones. A causa de los continuos (y, por qué no decirlo, caóticos) cambios en la legislación educativa, el profesorado se ve avasallado por una ingente cantidad de trabajo administrativo que debería poder dedicar a investigar, a preparar clases, a tratar con el estudiantado, a corregir exámenes y, en fin, a hacer de colegios e institutos espacios enriquecedores en los que quienes enseñan y quienes aprenden estén unidos por el valor del conocimiento. Una enorme falla de nuestro sistema educativo y en nuestra sociedad es la de pensar que la educación primaria y secundaria, y en general toda la educación obligatoria, es un mero sustitutivo del tiempo que niños y jóvenes no pasan en casa. La cuestión no es tanto la de cómo motivar a los profesores, sino cómo proporcionarles un entorno seguro y suficiente de trabajo. Sencillamente, tiempo para hacer bien nuestro trabajo.

En muchas ocasiones los maestros se sienten muy presionados por enseñar según los estándares y para mejorar los resultados en las pruebas estandarizadas. ¿Cómo se ajusta la enseñanza diferenciada en ese contexto?

El profesorado está sujeto al continuo imperativo de formación que provocan los permanentes cambios legislativos. El problema es que, en muchas ocasiones, no hay suficiente tiempo para poder adaptar las nuevas exigencias curriculares y competenciales a las exigencias cotidianas del aula. Todos los y las docentes hacemos un esfuerzo enorme por acoger estas reformas de la mejor y más eficiente forma posible, pero a veces resulta materialmente imposible conjugar todas las propuestas de innovación porque hay que apagar muchos fuegos que surgen sobre la marcha: tutorías, inquietudes de padres y madres, adaptaciones curriculares, necesidades especiales de aprendizaje, la docencia diaria, sesiones de evaluación, reuniones interdepartamentales y un larguísimo etcétera. Desde fuera, suele tenerse la tarea de un profesor como la de alguien que entra a un aula, imparte su clase y se va y olvida cuanto allí ha ocurrido. Pero en cada clase se abre un universo enorme de posibilidades, muchas de ellas inesperadas: el clima del grupo, la dificultad de afrontar algún tema en particular del currículo, imprevistos de todo tipo, etc. El trabajo de los distintos departamentos, y su cooperación con el equipo directivo, es fundamental para agilizar el funcionamiento del centro. Particularmente, creo mucho en una educación centrada en proyectos, en una enseñanza interdisciplinar, centrada en el valor del conocimiento y que, a la vez, se conjugue con una habilidad suficiente para desenvolverse en el mundo. Para esto es fundamental la comunicación entre el profesorado de distintas asignaturas y departamentos, un aspecto que debe ser promovido desde jefaturas de estudio y dirección y titularidad en los casos de centros privados y concertados.

¿Qué te alienta e inspira a crear desafíos más grandes para tu escuela?

Sin duda, el alumnado. Mis estudiantes son mi esperanza, son mi razón de ser y estar en el colegio. Mi vocación como profesor y orientador no es sólo la de enseñar, sino también y sobre todo la de acompañar. Los chavales se abren muchas veces con más facilidad con sus profesores —con quienes pasan muchas horas al día- que con sus padres o amigos. Es decir, los y las estudiantes buscan apoyo y seguridad, además de aprender y superar con éxito sus estudios. Y crear un apego seguro me parece una tarea prioritaria en nuestro trabajo como docentes. Por otro lado, y muchas veces, la mejor innovación docente, y en general la mejor manera de mostrar la relevancia de nuestras respectivas disciplinas, es la pasión acompañada de rigor académico. Un conocimiento no compartido es un conocimiento muerto. Y añado: la forma de dar vida a ese conocimiento, y de alentar a nuestros estudiantes, es enseñar con pasión.

Con respecto al futuro, ¿podrías augurar cómo será la educación el día de mañana?

Es incuestionable que la tecnología ha irrumpido con fuerza en numerosos centros escolares y, en general, en toda la enseñanza, tanto media como superior. Mi ideal de educación, y creo que por ahí deberían ir los tiros, es hermanar las ventajas de la tecnología con herramientas que no tienen —ni jamás tendrán- sustituto natural ni artificial. Por ejemplo, libros, folios y lápices y bolígrafos. O lo que es lo mismo: la lectura y la escritura. En los últimos años se ha dado una considerable merma en la comprensión lectora del alumnado. Saben leer, pero no saben lo que leen, y esto debe alertarnos de que algo va mal. Si no ponemos pronta solución, nos abocamos a un analfabetismo funcional, a individuos que puedan leer, escribir y pensar y que, sin embargo, no quieran hacerlo porque las máquinas pueden hacerlo por ellos. Y no debemos olvidar que delegar este tipo de actividades a aparatos tecnológicos es, a la vez, delegar el uso de numerosas capacidades cognitivas básicas, como la capacidad para concentrarnos, la memoria y, sobre todo, la atención. Los profesores no podemos convertirnos en animadores, en «ludificadores» o «gamificadores»; los profesores estamos para enseñar y acompañar, y tanto el valor del conocimiento como las potencias intelectuales que lleva aparejadas han de quedar salvaguardadas y blindadas en colegios e institutos. Tecnología sí, pero con mesura y responsabilidad. La clave, cada vez más, se convierte en enseñar al alumnado a desarrollar un criterio propio para poder fomentar su autonomía e independencia en un mundo repleto de estímulos vacíos, huecos, superficiales e insignificantes.

¿Qué te enorgullece de ser profesor?

«Me alegra cuando, cada mañana muy temprano, hay sonrisas en el pasillo, cuando el colegio se convierte en un lugar de habitabilidad, de cooperación, sin por ello perder el aspecto más dialéctico: obtener buenas calificaciones»

Mi alumnado. En especial, la tarea que puede realizarse con los y las estudiantes que presentan algún tipo de dificultad emocional, intelectual o de aprendizaje. Mi vocación es, sobre todo, la de ayudar. Enseñar acompañando. Acompañar en la transición de la adolescencia a la juventud, y de la juventud a la edad adulta. Se presta poca atención a ese verbo, acompañar, y, de su mano, a otro fundamental en educación (y en general en las relaciones humanas): cuidar. No se trata de sobreproteger, sino de hacer valer todas las capacidades de cada estudiante en un entorno de seguridad en el que no tenga miedo a mostrar sus vulnerabilidades. Sólo crecemos cuando podemos fallar, cuando no se castiga el fallo, sino que sólo se señala para mejorar; cuando el fracaso no lleva al hundimiento, sino a perseverar. Y a perseverar se aprende, y por tanto también podemos enseñar a hacerlo.

¿Qué te permite saber que has hecho un buen trabajo?

Los resultados en las pruebas objetivas de conocimiento, a pesar de las críticas que reciben los exámenes, siguen constituyendo un buen pulso para diagnosticar el aprendizaje curricular del estudiantado. Pero mi trabajo no se ciñe a que obtengan sobresalientes en mis asignaturas. No sé si es un indicador de buen trabajo, pero sí me alegra cuando, cada mañana muy temprano, hay sonrisas en el pasillo, cuando el colegio se convierte en un lugar de habitabilidad, de cooperación, sin por ello perder el aspecto más dialéctico: obtener buenas calificaciones, la presión de la prueba de acceso a la universidad, la inevitable competitividad, etc. Sé que he hecho un buen trabajo cuando estos aspectos dialécticos no impiden que el colegio sea un lugar habitable e incluso un espacio en el que los estudiantes quieran pasar su tiempo.

El pensamiento de diseño innovador está transformando el sistema educativo, tal como lo conocemos. Los niños están agregando valor estratégico a su educación y están logrando un cambio social significativo en sus comunidades. ¿Cómo pueden los niños hacer estas cosas y cómo transforman de manera única el proceso educativo a medida que crecen y aprenden?

Hay que partir de una constatación, y es que niños, adolescentes y jóvenes aguantan cada vez peor la dilación entre deseo y satisfacción, o en términos técnicos, el tiempo de demora en la gratificación. Se ha perdido el tiempo de la espera, el tiempo de la construcción del deseo. Como defiende el escritor Mark Fisher, asistimos a la aparición de una anhedonia depresiva: los continuos estímulos y las permanentes gratificaciones no hacen más felices a nuestros chavales, sino que, más bien, los llenan de estímulos vacíos a los que permanecen vinculados. No es exagerado hablar de adicción a las pantallas y a las gratificaciones fáciles y superfluas que nos proporcionan los dispositivos electrónicos. Por eso, considero que la educación debería poner a salvo nuestra atención y centrar todos los esfuerzos docentes en fomentar la recuperación de la concentración y, en definitiva, alcanzar un aprendizaje significativo.

¿Qué valores, conocimientos, destrezas o habilidades deberían tener los estudiantes al finalizar su etapa formativa para poder hablar de un sistema educativo adecuado?

Cada asignatura tiene sus propias exigencias competenciales y sus propios requerimientos intelectuales y, en este sentido, cada profesor/a pone el acento en diferentes aspectos. Hay que saber hacer integrales y derivadas, comprender un texto filosófico o literario o poder hacer formulación química, pero, particularmente, pongo el foco, por un lado, en que cada uno de mis estudiantes salga del colegio con la aspiración de contar con un criterio propio sobre la realidad, sobre el mundo, y, por otro lado, que salgan con la motivación necesaria para enfrentarse a las tareas, trabajos o estudios a los que deseen dedicarse.

Queremos saber tu opiniónNombreE-mail (no será publicado)ComentarioWK Educación no se hace responsable de las opiniones vertidas en los comentarios. Los comentarios en esta página están moderados, no aparecerán inmediatamente en la página al ser enviados. Evita, por favor, las descalificaciones personales, los comentarios maleducados, los ataques directos o ridiculizaciones personales, o los calificativos insultantes de cualquier tipo, sean dirigidos al autor de la página o a cualquier otro comentarista.
Introduce el código que aparece en la imagencaptcha
Enviar
Subir

Búsqueda en Hemeroteca

Autor
Autor
Nivel Educativo
Nivel Educativo
Sección
Sección

Últimos títulos publicados