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La relatividad de la evolución en educación
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La relatividad de la evolución en educación

Francesco Tonucci

Investigador asociado del ISTC del CNR italiano

Cuadernos de Pedagogía, Nº 538, Sección Tema del Mes, Enero 2023, Cuadernos de Pedagogía

La escuela de los grandes maestros siempre ha tenido como objetivo el desarrollo de las habilidades de los alumnos, mientras que la escuela que experimenta la mayoría de los niños es la de transmisión de conceptos. Hoy, la Convención sobre los Derechos del Niño propone una escuela encaminada al desarrollo de la personalidad de cada uno de los alumnos, pero la escuela de nuestros hijos y nietos no ha cambiado.

The school of the great teachers has always aimed at developing the skills of the students, while the school experienced by most children is the transmission of concepts. Today, the Convention on the Rights of the Child proposes a school aimed at developing the personality of each one of the students, but the school of our children and grandchildren has not changed.

Cambios educativos. Mario Lodi. Convención de los derechos de la Infancia. Pandemia.
Educational changes. Mario Lody. Convention on the rights of the child. Pandemic.

Perdonadme si empiezo mi intervención haciendo algo insólito para mí, hablando de dos de mis hijos, porque su forma diversa de considerar la Escuela puede ser una buena manera de ofrecer una primera interpretación a este título aparentemente críptico: la relatividad de la evolución en la escuela, que interpreto como la continua ambigüedad y contradicción entre una concepción conservadora y cerrada y una concepción abierta e innovativa de la educación.

Stefano y Francesca

Cuando Stefano, mi hijo mayor, tenía tres años, me dijo un día: «Papá, he descubrido». He citado más veces esta anécdota que para mí ha sido fundamental. Aquel día pude descubrir que mi hijo, como todos los niños de su edad, con tres años sabía conjugar los verbos y había aplicado rigurosamente la regla al verbo «descubrir» que, siendo de la tercera conjugación, debía ser «descubrido». Cuando Stefano tenía seis años, en Primaria, le hicieron completar las páginas del cuaderno de A, B, C, tratándolo como un ignorante y un analfabeto. No ha sido afortunado, no ha tenido buenos profesores. Tenía todos los días deberes para casa y, por ejemplo, tenía que llevar el día después diez frases sobre un tema propuesto por el profesor, por ejemplo «la madre» o «la primavera». Frases que no interesaban a ninguno de sus compañeros y sobre las cuales la profesora comprobaba la correcta ortografía y gramática. Ha perdido cualquier interés por la Escuela y la ha considerado siempre, hasta la Universidad, una carga y un deber, haciendo siempre el mínimo indispensable.

Francesca, sin embargo, ha tenido una buena profesora que ha sabido fomentar la participación y el interés de sus alumnos. Ella no ha tenido nunca deberes para casa, pero podía llevar al colegio breves descripciones de experiencias y emociones vividas. Lo que en el método Freinet se llama texto libre: una puerta abierta en la vida de los niños. A Francesca le gustaba estudiar, trasladaba a la escuela sus experiencias y obtenía buenas calificaciones.

Esto provocaba fuertes y divertidas reacciones de Stefano, que se enfadaba con su hermana considerando absurdo y estúpido estudiar y esforzarse para obtener un ocho cuando era suficiente tener un seis. En mi casa se enfrentaban los dos tipos de escuela de forma clara y contundente.

Eran los años de «Carta a una maestra» de Don Lorenzo Milani. Eran los años de «El país errado» de Mario Lodi.

Mario Lodi

Permitidme que, en el año de su centenario, sea Mario Lodi, que para mí ha sido un maestro y un gran amigo, quien nos guíe en este breve viaje a la relatividad de la evolución en educación. Así recuerda su primer día de escuela en 1948: «Mientras hablaba, uno de los niños se levantó de su pupitre y fue a mirar lo que sucedía en los techos de enfrente. Poco a poco, los demás hicieron lo mismo. Y entonces me pregunté: ¿qué hacer? ¿dejar o reprimir? Así que me levanté, y con ellos comencé a mirar el mundo desde la ventana». Una declaración radical, definitiva: él está con los niños, de su parte, comparte sus elecciones. ¡Siempre! Y junto a ellos se pone a mirar el mundo desde la ventana. El mundo no se ve y no se conoce mediante los libros de texto, sino observando desde la ventana, abriendo la puerta para salir y hacer entrar los testimonios de la vida real.

Muchos años más tarde, en 1976, en Alma Ata, en la Unión Soviética, comienza su intervención sobre la educación con estas palabras: «El niño no es propiedad de la familia, ni de la escuela, ni del Estado, cuando nace tiene derecho a la felicidad». También en esta ocasión son palabras exigentes, con peso, que definen los límites y los objetivos precisos de la Educación. Porque si el hijo no es mío, yo no puedo educarlo para que alcance los objetivos que, a mí, su padre, me parecen justos y deseables. Si el alumno no es mío, no puedo educarlo para que alcance el nivel que yo, su profesor, he preestablecido, o que indican los programas (currículos) o los libros de texto.

En 1973, cuando Stefano empezaba primero de Primaria con las páginas de A, B y C, Mario Lodi escribió esta carta a los padres de su clase:

«Después de haber pasado una semana con los niños estoy en condiciones de afirmar que todos tienen una inteligencia normal, aunque presentan evidentemente diferencias de carácter y diferentes niveles de maduración, en gran parte debidas a los ambientes en los que ha crecido cada niño. Por tanto, salvo sucesos imprevisibles de gravedad excepcional, todos los niños son aprobados desde ahora al quinto (sexto) grado de la escuela primaria, con la garantía de que alcanzarán la preparación mínima que los programas escolares requieren. Si esto no sucediera, los responsables serían el maestro y la escuela, por no haber llevado a la práctica las técnicas educativas idóneas para desarrollar al máximo las aptitudes naturales y la inteligencia del niño».

Según Mario Lodi, el objetivo de la escuela no es enseñar y evaluar el resultado midiendo el mérito, sino ascender a todos, especialmente a los últimos, no porque sean buenos y capaces como alumnos, sino porque la escuela es buena poniendo en práctica las técnicas educativas idóneas. De otro modo, es «como un hospital que cura a los sanos y rechaza a los enfermos», como escribía Lorenzo Milani.

Mario Lodi no causaba sufrimiento, no mandaba deberes, no evaluaba mediante puntuaciones. Escuchaba a los niños y lo hacía de un modo que sus vidas, la de sus familias y sus circunstancias, entraran en la escuela (la ventana abierta) y creara Escuela.

En aquellos años, esta era una escuela de frontera, una escuela reconocida desde siempre por los grandes pedagogos, los grandes psicólogos, los grandes maestros como Montessori y Freinet, Piaget y Bruner, Korczak y Freire, pero raramente presente en la experiencia concreta de las niñas y niños. Lodi y sus compañeros de los movimientos de renovación pedagógica eran considerados extremistas y radicales. Eran aislados y, a menudo, contestados por parte de las autoridades y sus colegas, pero siempre amados por parte de sus alumnos y las familias de estos. Siempre estuvieron convencidos de que esta era la única escuela válida y correcta. Mario Lodi siempre ha reivindicado la legitimidad de su escuela, afirmando que era la que prometió nuestra Constitución democrática, que en el artículo 3 afirmaba que todos los ciudadanos son iguales y que el deber de la República era poner en práctica todos los medios para alcanzar la igualdad y el pleno desarrollo de la personalidad.

La Convención sobre los Derechos del Niño

El 20 de noviembre de 1989, las Naciones Unidas aprobaron la Convención de los Derechos del Niño y en los años posteriores todos los países del mundo (menos los Estados Unidos de América) la ratificaron. Esto significa dos cosas muy importantes. Una en general: desde este momento tenemos una legislación de alto nivel jurídico, porque los tratados internacionales son vinculantes para los países que los ratifican y obligatorios en todo lo que prescriben. Entonces podemos discutir y debatir superando las teorías y las ideologías. La segunda especifica respecto a la educación: podemos pensar en una escuela nueva, que responda a las instrucciones de este tratado y que valga para todos los países del mundo.

Mario Lodi decía que todos los niños de seis años saben hablar bien, pero que cuando llegan a la escuela se les pide que guarden silencio para escuchar al profesor, que es el único que tiene derecho a hablar. De hecho, sobre esto, la Convención es clarísima. En el artículo 12 reconoce el derecho de los niños a expresar su opinión cada vez que se tomen decisiones que les afecten. Cada vez, siempre. ¡Los niños deben ser escuchados!

«El mundo no se ve y no se conoce mediante los libros de texto, sino observando desde la ventana, abriendo la puerta para salir y hacer entrar los testimonios de la vida real»

No obstante, volviendo a nuestro tema de la educación y la relatividad de su evolución, lo que era considerado extraordinario y a menudo incluso ilegal o mal visto y obstaculizado, se convierte de repente no solo en legal, sino en obligatorio. Lo que en la carta de Mario Lodi y en las propuestas de Don Milani parecía provocador y paradójico, se convierte en norma legal.

La educación según la Convención: el artículo 29

El artículo 28 requiere que los Estados se comprometan a establecer la enseñanza primaria gratuita y obligatoria para todos para garantizar la igualdad de oportunidades. Pero el primer párrafo del artículo 29, en una definición breve y clara, explica cuáles deben ser los objetivos de la educación. «Los Estados convienen en que la educación del niño deberá estar encaminada a desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades».

La ley que todos nuestros países comparten no propone por tanto una educación escolar mediocre, que prevea que se ofrezcan a los alumnos todas las asignaturas y que ellos las aprendan para alcanzar la suficiencia, sino que propone una escuela de excelencia que sepa desarrollar la personalidad de cada uno y sus habilidades hasta el máximo de sus posibilidades. No es por tanto una escuela de enseñanza (de lecciones) sino de fomento.

Podemos pensar en las inteligencias múltiples de Gardner, en el Elemento de Robinson, pero me gusta citar un fragmento de Gabriel García Márquez que me parece que es el que mejor representa el espíritu de este cambio profundo:

«Creo que se nace escritor, pintor o músico. (...) Esto quiere decir que cuando un niño llega a la escuela primaria puede ir ya predispuesto por la naturaleza para alguno de esos oficios, aunque todavía no lo sepa. Y tal vez no lo sepa nunca, pero su destino puede ser mejor si alguien lo ayuda a descubrirlo. No para forzarlo en ningún sentido, sino para crearle condiciones favorables y alentarlo a gozar sin temores de su juguete preferido. Creo, con una seriedad absoluta, que hacer siempre lo que a uno le gusta, y sólo eso, es la fórmula magistral para una vida larga y feliz».

Esta ya no es la escuela extraordinaria de algunos profesores idealistas, sino la escuela legal, la que las leyes de nuestros países prometen a todas las niñas y niños del mundo.

La escuela ilegal

Ha ganado la escuela de Francesca y la escuela de Stefano se ha convertido de forma imprevista en ilegal. La escuela obligatoria que mi nieta terminó hace dos años era muy, demasiado, similar a la escuela que acabé yo hace setenta años, treinta años después de que se aprobara la Convención sobre los Derechos del Niño, treinta años después del artículo 29.

También Mario Lodi había dado indicaciones precisas al respecto al decir: «Este momento histórico necesita de nuevos docentes, preparados profesional y civilmente, que asuman un papel propulsor en el cuerpo de nuestra sociedad».

Y el momento histórico es hoy. De hecho, era ayer. Llegamos tarde porque se han cambiado las leyes, se ha reconocido justa y necesaria una educación abierta, en favor del pleno desarrollo de la personalidad de cada uno de sus alumnos, pero no ha cambiado la formación de los profesores. Docentes que según la ley ya no deberían dar más lecciones, mandar deberes, proponer un programa igual para todos, evaluar y preocuparse más de las lagunas que de las potencialidades, continúan siendo formados por profesores que dan lecciones en aulas universitarias, ¡obligando a los alumnos a tomar apuntes para repetir en el examen lo que el profesor ha dicho!

Para describir el papel y la función del profesor se continúa usando la metáfora del artesano, que es capaz de transformar un material sin vida en objetos iguales en base a su deseo y diseño. El material inerte es el alumno, su diseño es el programa escolar a menudo representado por los libros de texto. Pero la metáfora correcta que responde a lo que dice la ley no es la del artesano, sino la del agricultor. El agricultor siembra en su campo diferentes semillas, pero no tiene ningún poder sobre ellas para mejorar o cambiar sus características. Su labor es permitir crecer a cada uno de la mejor manera para que den los mejores frutos que su naturaleza les permite ofrecer.

«Para describir el papel y la función del profesor se continúa usando la metáfora del artesano, que es capaz de transformar un material sin vida en objetos iguales en base a su deseo y diseño»

La diversidad y no la igualdad es una de las características fundamentales de la educación y es necesario formar profesores diferentes para que sepan respetar y valorar la diversidad de sus alumnos. Como son diferentes entre sí los grandes maestros que he conocido en mi vida como Paulo Freire, Mario Lodi, Lorenzo Milani, Loris Malaguzzi, Fiorenzo Alfieri, Mar Romera.

Para que la escuela pueda responder adecuadamente a las promesas de la legislación actual es necesario y urgente un cambio radical de la modalidad y de los programas de formación de docentes, de modo que sea coherente con las indicaciones del artículo 29 de la Convención.

Un ejemplo clamoroso: la pandemia

La pandemia ha demostrado lo lejos que está la escuela de este objetivo y lo incapaz que es respondiendo a las exigencias de sus alumnos y de la sociedad. Y esta insuficiencia la ha demostrado de forma evidente y clamorosa la escuela italiana, que ha asumido como suyo el lema, repetido todos los días en televisión: «La escuela no se detiene». Pero si se ha parado el mundo, si padres, hijos y profesores han debido encerrarse en casa y permanecer aislados casi dos años, ¿qué significa que la escuela no se detiene? ¿De quién es esta escuela? El lema no era equivocado, falso o exagerado, porque efectivamente la escuela no se ha detenido y ha continuado su camino en base a lo que está previsto en sus programas y sus libros de texto. Y, mientras los niños veían las imágenes sobrecogedoras que llegaban de todo el mundo, la escuela proponía lecciones sobre dinosaurios, Napoleón y Groenlandia. Mi nieta, en tercero de Secundaria ¡estudiaba el Romanticismo!

Durante el último curso escolar de Mario Lodi, en el cuarto curso, murió el padre de Giambattista, uno de sus alumnos, y la escuela se detuvo. Suspendió sus lecciones para estar cerca del compañero que había perdido al padre. Los chicos escribieron cartas a Giambattista y, cuando volvió al colegio, la muerte se convirtió en el tema de discusión y reflexión durante varios días.

«La diversidad y no la igualdad es una de las características fundamentales de la educación y es necesario formar profesores diferentes para que sepan respetar y valorar la diversidad de sus alumnos»

«La escuela no se detiene» ha significado utilizar las plataformas para dar lecciones a distancia y mandar deberes. Y no ha funcionado. En todos los países la escuela ha fracasado y ha sido rechazada por alumnos y familias. El verdadero problema que no se ha querido ver es que la escuela de las lecciones y deberes no funcionaba ya antes, pero era tolerable porque había compañeros, profesores, el salir de casa… Condiciones que la hacían soportable y que con la pandemia han desaparecido. También nosotros, en el proyecto internacional «La ciudad de las niñas y de los niños», hemos utilizado las mismas plataformas para convocar los Consejos de niños en numerosas ciudades de diversos países; pero las hemos usado para escuchar a los niños, para que pudieran comunicarse entre ellos y encontrarse, aunque solo fuera virtualmente y para hacer llegar a sus alcaldes sus propuestas y sus protestas.

Estoy convencido de que también Mario Lodi habría utilizado las plataformas de esta forma.

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