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La deslocalización de la Inteligencia

Comunicación presentada al Seminario «Los desafíos jurídicos de las empresas innovadoras en Europa y en Japón». Zaragoza, 12 y 13 de mayo 2022

Miguel L. Lacruz Mantecón

Profesor Titular de Derecho civil

Universidad de Zaragoza

Diario La Ley, Nº 62, Sección Ciberderecho, 20 de Mayo de 2022, Wolters Kluwer

LA LEY 5238/2022

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Resumen

El daño principal que en opinión del autor puede causar la IA es un daño de naturaleza sibilina, uno que ni siquiera identificamos como daño, sino que, al contrario, consideramos una ventaja de las que nos proporciona la IA, y es el daño derivado de su buen funcionamiento. Este daño consiste en la pérdida de concentración, memoria y habilidades mentales que se sufre a consecuencia de la delegación de funciones y tareas en las máquinas digitales cuando están dotadas de inteligencia siquiera sea ésta de bajo nivel.

- Comentario al documentoEstamos ante una revolución tecnológica de igual o mayor importancia que la aparición de la máquina de vapor o de la electricidad, consistente en la aparición de máquinas inteligentes. Muchos autores hablan de Revolución 4.0 o 5.0, pero en cualquier caso coinciden en que ésta viene de la mano del ordenador y de la Inteligencia Artificial. Hoy delegamos muchas actividades pesadas en las máquinas inteligentes, operándose una sustitución de la actividad inteligente humana, lo que se puede calificar de «deslocalización» de la inteligencia humana, y su relocalización en dispositivos electrónicos. Pero no sabemos si esta delegación nos va a suponer un olvido o anquilosamiento de nuestras habilidades como seres inteligentes.Aunque este tipo de jeremiadas es una constante que acompaña cualquier avance técnico, como en su día fue la invención de la imprenta, existen datos objetivos que nos alertan de un descenso de las capacidades intelectuales de la población, como resulta de algunos estudios, de la actual «reversión del efecto Flynn», y de una pérdida de empleos, por ahora de bajo nivel, al tratarse de habilidades, de tratamiento de textos, recuperación de datos o atención telefónica, que pueden ser realizadas perfectamente por una máquina. Y en cualquier caso, para muchos y posiblemente para todos, el resultado va a ser socialmente considerado no como un daño, sino como un cambio. Lo que ocurre es que la sociedad resultante del cambio puede que no guste a todos, y que tampoco sea muy, muy lista. Quizá el paso siguiente consista en integrar estos avances técnicos en la mente humana, es decir, mejorar al ser humano mediante la Inteligencia artificial.

1. Los daños y la Inteligencia artificial (1)

En un artículo que acabo de publicar en la revista portuguesa JURISMAT tengo la oportunidad de incidir en un aspecto relativo a la Inteligencia Artificial (IA) que creo que se está dejando de lado, el de los daños que esta nueva tecnología puede causar.

Omitiré aquí los daños ordinarios, como los accidentes de tráfico causados por automóviles autopilotados, daños morales por captación y difusión de datos personales, daño médico provocado por servomecanismos o sistemas de diagnóstico inteligentes, o si el aspirador Roomba enloquece y decide provocar un pequeño incendio doméstico. No digo que todos estos daños no sean importantes y que deba estudiarse y preverse bien el sistema de responsabilidad para su reparación, pero me temo que no consiste en esto el daño más grave que la IA nos puede causar.

Tampoco creo en el peligro de que la evolución de esta técnica culmine en una «Superinteligencia» que dé lugar a la relegación de la raza humana como rectora de su propio destino, como opinan Vernor Vinge, Raymond Kurzweil o Nick Bostrom (2) . O Stuart Russell, al que se debe la conocida frase «La Superinteligencia será el descubrimiento más grande de la historia de la humanidad… y posiblemente el último acontecimiento de la historia de la humanidad» (3) . Estamos ante un riesgo para unos, imposible, y para otros imposible de evaluar, pues al tratarse de un acontecimiento único e irrepetible (una singularidad, como dice Kurzweil) no puede predecirse su gravedad, ni de producirse se podría hacer nada al respecto: Intentar evitarlo sería como evitar la colisión con un meteorito de tamaño suficiente para acabar con la vida en la Tierra. Todo ello sin valorar que, como considera John McGinnis (4) , quizá estemos sobrevalorando los riesgos y la Superinteligencia pueda ser una entelequia. Martin Ebers (5) advierte recientemente sobre el problema de que los expertos no sólo discuten sobre si la Superinteligencia aparecerá alguna vez (o no), y si, de aparecer, será peligrosa (o no), sino de que además estas discusiones dificultan la observación de los actuales y reales problemas de seguridad de los sistemas inteligentes a los que nos enfrentamos.

No, el daño principal que a mi juicio puede causar la IA es un daño de distinta naturaleza, invisible, uno que ni siquiera identificamos como daño, sino que, al contrario, consideramos una ventaja de la IA, y es el daño derivado de su buen funcionamiento. Como dice Floridi (6) , el problema no es la Superinteligencia: No es que las máquinas piensen mejor que nosotros, es que pueden hacer muchas más cosas que nosotros procesando cantidades enormes de datos, y esto hace que no haya una diferencia especial entre sus resultados y los nuestros.

2. La presencia de la IA en la sociedad y su progresión

Esto es así, la IA realmente funciona y cada vez son más los ámbitos en los que actúa. Como tuve ocasión de concluir en un reciente estudio (7) sobre Derecho de autor, la presencia de la IA comienza a ser ubicua en el campo de la creación intelectual y artística. Las IA pintan cuadros, componen música —y a veces la interpretan—, escriben novelas, poesía o simples informes económicos. Es muy posible que el último reporte del tiempo que haya leído no lo haya escrito un ser humano. La irrupción de la IA en el campo de la creación artística es un hito a tener en cuenta, pues significa que cada vez quedan menos reductos reservados a la inteligencia humana.

Como señala Tegmark (8) (imagen que toma de Hans Moravec), los logros de los avances de la IA se pueden describir como una inundación que crece en un valle y va sumergiendo los puntos más altos: actividades como realizar operaciones matemáticas, jugar al ajedrez o al go, o traducir de un idioma a otro el lenguaje escrito y el hablado, ya fueron alcanzadas por la IA, y la creación artística, que tradicionalmente se consideraba como actividad «espiritual», reservada a la mente humana, es una altura que ya está siendo sumergida por el avance de las aguas.

El ámbito del arte y de la creación es el más vistoso, pero en realidad la irrupción de la inteligencia de bajo nivel de las máquinas ya alcanza muchas zonas de nuestra vida: el campo de la enseñanza, el laboral y profesional, también el social de la comunicación, y el de nuestro tiempo libre y entretenimiento. Cuenta Suñé Llinás (9) que en 2012 David Ferrucci, director del Proyecto Watson de IA, abandonó la compañía IBM, y al pasar a trabajar en Wall Street con sus algoritmos inteligentes, se produjo una serie de despidos masivos que redujeron la cifra global de empleados (casi todos analistas financieros) en 50.000 puestos de trabajo. La tarea del análisis y contratación bursátil y de inversión pasó, naturalmente, a ser realizada por sistemas inteligentes, que en lo financiero reciben la denominación de Fintech (por Financial Technologies). Nos plantea este autor un futuro en el que la sustitución del ser humano por el robot cada vez abarcará más ámbitos, y se hace la pregunta: «¿Dónde están los límites en la sustitución de facultades humanas por los robots más avanzados? Se lo voy a decir muy claro. No los hay».

Por tanto, la IA está ya aquí, y se va a quedar, en realidad llegó hace muchos años, con las calculadoras de bolsillo en los años 70 y los primeros ordenadores en los 80, lo que ocurrió es que no nos dimos cuenta. Sólo algunos advirtieron que algo estaba pasando con la «buena y vieja» GOFAI (Good old fashioned Artificial Intelligence) de los 90, cuando las máquinas empezaron a ganar a los seres humanos al ajedrez.

En principio la nueva tecnología se nos mostró benéfica, todos reconocimos las ventajas para el cálculo y recuperación de datos que nos aportó la IA de bajo nivel con las calculadoras electrónicas y los ordenadores de los primeros tiempos de la revolución informática. Ventajas como escribir cualquier artículo —como este mismo— sin reflexionar demasiado, confiando en que el tratamiento de textos nos permitiría luego ser más precisos y corregir las faltas. O buscar rápidamente cualquier dato en Internet, sin plantearse mucho la exactitud de la fuente. Aunque ¿todo esto son, en realidad, ventajas que se obtienen sin pagar nada a cambio? ¿Qué tal sigue funcionando nuestra memoria, qué tal nuestra habilidad para el cálculo mental? ¿Uds. todavía saben hacer divisiones complejas y raíces cuadradas? Yo, no, y por motivos estrictamente racionales: porque ya no me hace falta, tengo una calculadora.

Miren, Isaac Asimov, leyes de la robótica aparte, tiene un cuento titulado «Sensación de poder» en el que relata cómo la humanidad futura, que vive ya asistida por enormes computadores, ha olvidado cómo calcular con la cabeza y con un sencillo lápiz y papel. La aparición de un humano que ha «descubierto» la habilidad de cálculo supone una auténtica revolución científica. Este cuento, que me llamó la atención hace muchos años, se acompañaba de una explicación del autor contando que en su día fue rechazado por su editor al considerarlo un desvarío. Bueno, veamos qué pasa hoy en día, cuando ya hemos transferido bastantes tareas mentales a los ordenadores.

3. La incidencia del ordenador en la inteligencia humana. La delegación de funciones

Naturalmente, la aparición de unas maquinitas que nos resuelven los problemas ha supuesto la delegación en ellas de todas las operaciones que a nosotros nos resultaban complicadas o nos exigían algún esfuerzo. Esto es lo que ocurre en cualquier grupo humano cuando aparece alguien que se ofrece a realizar el trabajo de los demás: que termina haciendo el trabajo de todos, y que éstos con el tiempo olvidan cómo hacer dichas tareas, porque «de esto se encarga x». En definitiva, hemos deslocalizado ciertos procesos inteligentes de nuestras cabezas, y los hemos trasladado no sabemos muy bien dónde. Se añade a ello la extraordinaria ubicuidad de la informática y de Internet, al haber incorporado un ordenador en cada teléfono móvil, con lo que el acceso a dicha tecnología es cotidiano y continuo. Nos hemos convertido en unos adictos a la red y ya no sabemos vivir sin nuestro móvil; «ser» es estar conectado.

Pero la delegación y consiguiente dependencia de la IA no sale gratis. Recientemente participé en un libro sobre las cuestiones que se suscitan en la traducción profesional por la introducción de los sistemas de traducción automática, o de Machine translation. Y me topé con lo siguiente: los sistemas de traducción automática fueron inicialmente un instrumento que ayudaba eficazmente al traductor en su tarea, por lo que el mismo traductor contribuía a mejorar dicho sistema. Pero en la situación actual, los sistemas automáticos de traducción han sido tan eficazmente mejorados que en muchos casos sustituyen directamente al traductor. El sistema inteligente, que en principio era un buen criado, se ha convertido en un mal amo, estando hoy los traductores sujetos a una labor de mera revisión de los resultados que les ha proporcionado el sistema inteligente (lo que se llama «posedición»): esto ha creado una dependencia de la IA que ilustro con la metáfora china de la persona que cabalga en un tigre, y que una vez que se monta tiene que seguir así, porque si se baja el tigre la devorará.

Y la dependencia de la conexión a red o a la máquina misma también pasa factura, causando una importante falta de concentración. Así, en el ámbito de la educación, se alzan algunas (pocas) voces denunciando el empeoramiento del rendimiento escolar en todos los niveles educativos, que se achaca al uso inmoderado de la tecnología informática y en particular a los videojuegos e internet, es decir, las pantallas en general. En Estados Unidos, Maggie Jackson publica en 2008 su ensayo Distracted: The Erosion of Attention and the Coming Dark Age, señalando la pérdida de concentración generalizada, y el mismo año Mark Bauerlein publica el libro The dumbest generation, donde denuncia el abandono escolar y el bajo rendimiento de los estudiantes. También en 2008 Nicholas Carr publica en la revista The Atlantic el artículo «¿Está Google haciéndonos estúpidos?» (10) , y luego profundiza en estas ideas en el libro Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, de 2010. Coincide con estas apreciaciones el neurocientífico francés Michel Desmurget (11) en La fábrica de cretinos digitales, que alerta de la inutilidad de la tecnología informática para mejorar las capacidades intelectuales de escolares y estudiantes. La conclusión a la que llega el autor: jugar a Super Mario nos enseña, fundamentalmente, a jugar a Super Mario. Y la psicóloga clínica Sabine Duflo insiste en la toxicidad del uso de pantallas por los niños en Quand Les Écrans Deviennent Neurotoxiques, de 2018.

Por supuesto, es típico de cualquier época quejarse de sí misma y de su pérdida de valores en comparación con épocas pasadas, incluso el Quijote incide en este (repetido) discurso. Esta humana tendencia a quejarse del progreso tecnológico tampoco es ignorada por estos autores, e incluso el citado Nicholas Carr nos trae a colación antiguas quejas, contando cómo en el Fedro de Platón, Sócrates se lamenta del desarrollo de la escritura, pues a medida que las personas confiaran en la palabra escrita como sustituto del conocimiento memorizado, entonces «…dejarían de ejercitar la memoria y se volverían olvidadizas». Y podrían «recibir una cantidad de información sin la instrucción adecuada».

4. Los síntomas actuales

¿Pueden por tanto ser infundadas estas quejas acerca del ordenador, Internet y la IA? ¿Estoy repitiendo una serie de jeremiadas sin mucho fundamento?

Es posible, pero también hay datos objetivos de que las cosas, en el campo de la inteligencia, no van precisamente a mejor. En un artículo en el Wall Street Journal (12) , el citado Nicholas Carr reseñaba el siguiente experimento, efectuado en 2015 por investigadores de la Universidad de California: «Los investigadores reclutaron a 520 estudiantes de pregrado en la UCSD y les presentaron dos pruebas estándar de agudeza intelectual. Una prueba midió la capacidad cognitiva disponible, una medida de hasta qué grado la mente de una persona puede enfocarse en una tarea en particular. El segundo evaluó la inteligencia fluida, la capacidad de una persona para interpretar y resolver un problema desconocido. La única variable en el experimento fue la ubicación de los teléfonos móviles de los sujetos. A algunos estudiantes se les pidió que colocaran sus teléfonos frente a ellos en sus escritorios; a otros se les dijo que guardaran sus teléfonos en sus bolsillos o bolsos; a otros se les pidió que dejaran sus teléfonos en una habitación diferente». Pues bien, el resultado fue que, en ambas pruebas, los sujetos que tenían a la vista sus teléfonos obtuvieron las peores puntuaciones, mientras que los que dejaron sus teléfonos en una habitación diferente obtuvieron los mejores resultados. Los estudiantes que guardaron sus teléfonos en sus bolsillos o bolsos quedaron en el medio. Esto lo resume Carr en la siguiente fórmula: A medida que aumenta la proximidad del teléfono, disminuye la capacidad intelectual. ¿Y esto por qué es así? La respuesta parece evidente: es la actitud del ser humano que renuncia al esfuerzo porque delega anticipadamente las tareas en la IA que tiene más próxima. Como hemos tenido ocasión de escuchar muchas veces: ¿Para qué tengo que aprender esto de memoria si puedo verlo cuando quiera en Internet?

Otro dato objetivo al que me voy a referir es el de la reversión del efecto Flynn. Este «efecto Flynn» (así llamado por su descubridor, el neozelandés James R. Flynn) describe el sorprendente aumento cuantitativo a lo largo del siglo XX del cociente intelectual o IQ, que en psicometría mide el factor de inteligencia general. Sin embargo, desde mediados de los años 90, se comprueba una bajada continua de dicho cociente en la población en general, produciéndose lo que se llama «inversión del efecto Flynn».

¿Cuáles son las causas? El propio James Flynn (con M. Shayer), señala en un posterior estudio (13) que este cambio ha tenido lugar conforme los niños han estado más inmersos en la cultura electrónica visual y auditiva moderna: televisión, videojuegos y teléfonos móviles. Sus conclusiones son pesimistas: «…el grupo de aquellos que alcanzan el nivel superior de rendimiento cognitivo está siendo diezmado: cada vez menos personas alcanzan el nivel formal en el que pueden pensar en términos de abstracciones, y desarrollan su capacidad para la lógica deductiva y la planificación sistemática… Durante el siglo XXI, si la sociedad reduce sus demandas de habilidades, el coeficiente intelectual caerá».

Carabantes López (14) lo tiene muy claro, y estima que la culpable es la IA y la tecnología informática, coincidiendo con Flynn en que desde 1995: «...se ha producido un descenso en la demanda social de habilidades intelectuales… Al disminuir la demanda de inteligencia, los individuos, lamarckianamente, han dejado de cultivarla. ¿Y por qué ha disminuido la demanda de habilidades intelectuales precisamente desde mediados de los años noventa? …la causa principal ha sido la penetración de la informática en la vida cotidiana». La realidad nos está demostrando que si la inteligencia se puede obtener de fuentes no humanas (y a menor coste), ésta pasa a ser una capacidad menos valorada entre los humanos, igual que la fuerza física de un cargador es menos valorada cuando se tienen carretillas elevadoras y montacargas: se produce una «devaluación social» de la inteligencia.

Otro síntoma de la dependencia y traslado de funciones a los sistemas de inteligencia artificial está en la sustitución, en los trabajos y pronto en las profesiones, de los seres humanos por los sistemas robóticos. Ya he mencionado el tema de la traducción automática o Machine translation, y cabe añadir muchos trabajos de menos nivel en los que ya se ha verificado la sustitución: mecanógrafas, personal de archivo, personal de atención al público, citación para la atención y pruebas médicas, maquetación y composición de textos, y se está verificando en redacción de informes comerciales, previsiones meteorológicas o crónicas deportivas… Concluye Carabantes que, en definitiva, «llevamos dos décadas de incremento de la dependencia intelectual en las computadoras, tanto en lo laboral como en lo personal, y por eso el IQ de la población ha caído». Yo alargaría el plazo: desde finales de los años 70, o principios de los 80, cuando se popularizaron las calculadoras de bolsillo. Desengañémonos, la situación actual es la siguiente: ¿Quién de ustedes no recurre a la calculadora de bolsillo cuando se trata de hacer un simple porcentaje, o al teléfono móvil para «recordar» el nombre de la actriz que está viendo en la televisión? Bueno, si esto no es dependencia de un instrumento en lugar de acudir a nuestro buen y viejo cerebro, baje Dios y lo vea.

En este tema, el psiquiatra y neurocientífico Manfred Spitzer habla de la llamada «demencia digital», alteración psíquica consistente en una pérdida cognitiva de habilidades conductuales como recordar, razonar, prestar atención, concentrarse y utilizar el lenguaje, hasta tal punto que llega a dificultar la vida y las actividades diarias de una persona. En su libro Digitale Demenz (Demencia digital) el neurocientífico alemán afirma que el sobreuso de la tecnología digital causa la pérdida de algunas de nuestras capacidades cognitivas de forma muy similar a una lesión en la cabeza, una enfermedad psiquiátrica o un derrame cerebral.

5. Conclusión: La IA nos va a cambiar (ya lo está haciendo)

Ante esta situación, ¿qué hemos hecho los seres humanos? Bueno, reproduciendo las fases subsiguientes a la notificación de una enfermedad grave, estamos compatibilizando la fase primera de negación con la última de aceptación, pero además, entusiasta. Estamos convenciéndonos de que no hay daño, que, si lo hay, no es tan grave, o mejor, que ni siquiera es un daño propiamente dicho.

Lo relevante no es que el trabajo de mecanógrafo, el de traductor, o el de asesor de inversiones, o tramitador de seguros, de atención al público, y tantos otros, se cubran con máquinas, sino que la demanda global de inteligencia humana es menor, porque son las máquinas quienes la proporcionan en las tareas en las que se requiere una inteligencia media (y además van más rápido, son más baratas y no descansan). Y en nuestros hogares, la delegación y consiguiente dependencia del Tablet, del ordenador, fijo o portátil, o teléfono móvil, es absoluta, para nuestra agenda, nuestro ocio o nuestra vida social y familiar.

Ahora bien ¿Estamos realmente ante daños propiamente dichos? Los denunciados déficits de atención y de concentración de los escolares, la falta de memoria, incluso el descenso del Coeficiente de Inteligencia, ¿se pueden calificar de daños? Porque en épocas pasadas, estos problemas motivarían una respuesta cruel, la de que ¿para qué necesitan estos escolares una excelencia intelectual que no les va a ser exigida en su trabajo o empleo? Y la respuesta hoy puede ser la misma, porque estos déficits van a ser suplidos por el suministro de IA de suficiente nivel para sustituir a la humana. La desaparición de empleos por la utilización de sistemas inteligentes, si va acompañada de creación de nuevos empleos, no va a ser percibida como negativa. Y aunque no dé lugar a nuevas oportunidades de trabajo para los seres humanos, la plusvalía producida por el sistema inteligente siempre puede pagar una «renta básica». Es decir, que, más que un «daño» propiamente dicho, la irrupción de la tecnología de la IA va a ser percibida como un cambio social.

Del mismo modo que llevamos a cabo, con la máquina de vapor primero, y luego la electricidad y el motor de explosión, una sustitución de la fuerza de tracción animal o de nuestra propia fuerza física por la de la máquina, estamos en la actualidad operando la sustitución de la inteligencia humana por la artificial, y además con el mismo fin de liberar al ser humano de tareas y trabajos pesados, como decía Wiener. Si con la delegación en las máquinas de tareas que requerían fuerza no nos hemos vuelto más débiles, sino todo lo contrario, más sanos y con mayor esperanza de vida, tampoco la delegación de tareas en las máquinas inteligentes tiene por qué hacernos más tontos. ¿O sí?

El problema está en que ahora no estamos sustituyendo una característica común con otros seres biológicos, la fuerza, sino algo específicamente humano, la inteligencia, con la consecuencia de que esta cualidad definitoria de lo humano ya no va a ser tan valorada. Aplicando una lógica sencilla, si los resultados de la inteligencia se pueden obtener con menos esfuerzo de fuentes no humanas, la inteligencia pasará a ser una capacidad menos valorada entre los humanos, produciéndose una «devaluación social» de la misma, y la naturaleza humana tendrá que redefinirse sobre otras bases. Opina Carabantes que la IA provocará una transformación del concepto de humanidad: sus efectos trascenderán al propio concepto que los seres humanos tenemos de nosotros mismos, culminando en el abandono de la inteligencia como capacidad valiosa y rasgo distintivo de la humanidad, en varias fases: «Primero, la comparación ascendente con la inteligencia de la máquina producirá la disminución de la autoestima de los seres humanos. Segundo, se activará un mecanismo de autoprotección consistente en devaluar la deseabilidad de las características de la máquina que han producido la disminución de la autoestima, esto es, la inteligencia. Tercero, se retornará a una situación similar a la inicial en tanto que el ser humano habrá recuperado la autoestima, pero redefinido axiológicamente: el sujeto ha cambiado». Añade el mismo autor: «Además, no será difícil abandonar el cultivo de la inteligencia a propósito, sino todo lo contrario: será lo más natural para una civilización que, como la nuestra, lleva ya dos décadas descuidando el cultivo de la inteligencia». Y Floridi advierte que estamos en una «Cuarta Revolución», la de lo que denomina «Infoesfera», que estima que va a rediseñar a la Humanidad. El problema puede ser que esta humanidad rediseñada no resulte muy atractiva.

Me indica mi colega Luis Anguita que el filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han describe con bastante propiedad, en su libro No-cosas, las líneas del cambio que se avecina. Esta nueva sociedad, apunta el filósofo (15) , será una en la que el ser humano va perdiendo su autonomía, su capacidad de obrar por sí mismo: «Se adapta a decisiones algorítmicas que no puede comprender… El mundo se pierde en las capas profundas de las redes neuronales, a las que el ser humano no tiene acceso». Es una sociedad en la que la información es «deformativa», en la que la diferencia entre lo cierto y lo falso se difumina, por lo que la verdad y los hechos dejan de ser relevantes: el autor la califica de «sociedad postfactual». Añade este autor: «El ser humano del futuro, sin interés por las cosas, no será un trabajador (Homo Faber) sino un jugador (Homo Ludens). No necesitará vencer laboriosamente las resistencias de la realidad material mediante el trabajo». Es decir, es un ser que no actúa, no vence la resistencia de las cosas, simplemente elige, concluye el filósofo, lo que nos llevará a la situación de Fin de la historia que pronosticaba Fukuyama, viviremos en la Posthistoria. Por supuesto, la democracia se pierde por el camino: «La dominación perfecta es aquélla en la que todos los humanos solamente jueguen… La gente se calla con comida gratis y juegos espectaculares. Renta básica y juegos de ordenador serían la versión moderna de panem et circenses».

Concluyendo, y para terminar: Vamos a cambiar, y si no queremos decir que vamos a volvernos más tontos (o tontas), sí que tenemos que concluir que vamos a ser «distintos», pero —y no me gusta ser pesimista—, aquí «distinto» significa menos inteligente y con memoria de pez. O mejor, permítanme que rectifique: Sí que me gusta ser pesimista, hacer de Casandra es divertido (sobre todo si se pueden ver las caras de los oyentes), aunque inútil, pues cada sociedad tiene que seguir su propio recorrido. Y la sociedad, de una forma u otra, acaba sobreviviendo, lo que se extingue es una determinada cultura. Como me hicieron notar Francisco Barberán Pelegrín y Guillermo Sánchez-Archidona Hidalgo, en la reunión en la que presenté estas ideas, hay que confiar en la alianza entre humanos e Inteligencias artificiales mediante la implantación de mejoras biónicas en el cuerpo y cerebro humanos. Es decir, una mejora de nuestras capacidades por la alianza con la tecnología inteligente. Quizá nuestro destino sea convertirnos en una sociedad transhumanista, quizá el ser humano del futuro tenga parte de ciborg ¿Quién sabe?

(1)

El artículo se ha escrito al amparo del Proyecto «Derecho e inteligencia artificial: nuevos horizontes jurídicos de la personalidad y la responsabilidad robóticas», IP. Margarita Castilla Barea (PID2019-108669RB-100 / AEI / 10.13039 / 501100011033).

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(2)

Bostrom, Nick,Superinteligencia, TEELL, Zaragoza, 2016.

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(3)

Russell, Stuart, Human Compatible. Artificial Intelligence and the problem of control, Allen Lane / Penguin Random House, 2019, pp. 3 y 137.

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(4)

McGinnis, John O., «Accelerating AI», Research Handbook on the Law of Artificial Intelligence, Woodrow Barfield y Ugo Pagallo, coordinadores, Edward Elgar Publishing, 2018, UK-USA, p. 49.

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(5)

Ebers, Martin, «Regulating AI and robotics», Algorithms and Law, edited by Martin Ebers and Susana Navas, Cambridge University Press, 2020, p. 54.

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(6)

Floridi, Luciano, «Singularitarians, AItheists, and why the problem with AI is H.A.L. (Humanity At Large), not HAL, APA Newsletter / Philosophy and Computers, Spring 2015, Vol. 14, núm.2, p. 8.

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(7)

Lacruz Mantecón, Miguel L., Inteligencia artificial y Derecho de autor, Editorial Reus, Madrid, 2021.

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(8)

Tegmark, Max, Vida 3.0. Que significa ser humano en la era de la inteligencia artificial, Taurus, Barcelona, 2018, p. 104.

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(9)

Suñé Llinás, Emilio, Derecho e Inteligencia Artificial. De la robótica a lo posthumano, Tirant lo Blanch, Ciudad de Méjico, 2020, p. 105.

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(10)

Carr, Nicholas, «Is Google Making Us Stupid? What the Internet is doing to our brains», The Atlantic, July/August 2008.

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(11)

Desmurget, Michel, La fábrica de cretinos digitales. Los peligros de las pantallas para nuestros hijos, Ediciones Península, Barcelona, 2020.

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(12)

Carr, Nicholas, «How Smartphones Hijack Our Minds», The Wall Street Journal, Oct. 6, 2017.

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(13)

Flynn James R./Shayer, Michael, «IQ decline and Piaget: Does the rot start at the top?», Intelligence (2017), https://doi.org/10.1016/j.intell.2017.11.010.

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(14)

Carabantes López, Manuel, «Inteligencia artificial lingüística perfecta: efectos sobre la autopercepción del ser humano», SCIO. Revista de Filosofía, n.o 18, julio de 2020, pp. 224 y ss.

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(15)

Byung-ChulHan, No-cosas, Taurus, Barcelona, 2021, p. 18.

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