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Una red pública para un metaverso realmente universal

Pablo García Mexía, PhD.

Jurista digital. Letrado de las Cortes. Co-fundador de Syntagma.org

José Morales Barroso, PhD.

Ingeniero de redes. Miembro de IEEE. Co-fundador de LMData

Diario La Ley, 24 de Mayo de 2018, Wolters Kluwer

LA LEY 3035/2022

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Resumen

El metaverso puede convertirse en un nuevo paradigma tecnológico, comparable a la propia Internet. Por eso, para evitar los riesgos de balcanización que afectaron a esta desde su origen, los autores proponen que debe dotársele, por una parte, de una estructura abierta e interoperable, por medio de una nueva plataforma multiservicio, extremadamente simple y, por otra, de una infraestructura de red pública armada sobre Blockchain.

El experto de Harvard Nicholas Carr señalaba en 2004 cómo entre la construcción de las primeras centrales eléctricas, en torno a 1880, y el despliegue en los EE.UU. de la red eléctrica nacional a principios del siglo XX, la electricidad era un recurso escaso, cuyas ventajas competitivas solo podían aprovechar las empresas que instalaban sus propios generadores o situaban sus plantas en las proximidades de las centrales.

Ese período, de 1880 a comienzos del siglo XX, de la industria eléctrica podría asemejarse al que el metaverso está inaugurando en nuestros días en la industria de la información y las comunicaciones.

El metaverso no es una tecnología, como lo es la realidad virtual, por más que aquél haga posibles experiencias sensoriales tridimensionales. Mucho menos es un simple medio de entretenimiento, como ciertos juegos digitales.

El metaverso constituye mucho más, en cuanto «red que interconecta experiencias y aplicaciones, dispositivos y productos, herramientas e infraestructura» (M. Ball). Por eso puede convertirse en todo un nuevo paradigma tecnológico, comparable (según Ball) a la propia Internet. Y por esto algunos lo consideran la etapa 3.0 de la World Wide Web, siendo 1.0 las webs «escaparate» y 2.0 (desde el cambio de siglo) la interactividad y los «contenidos generados por usuarios».

Mucho podría quedar aún para que el metaverso deje de ser un recurso escaso como la electricidad en ese «interregno eléctrico». Los obstáculos por superar son todavía muchos.

Las actuales tecnologías de Internet basadas en el protocolo IP (Internet Protocol) han alcanzado los límites del crecimiento. Para superar estas limitaciones se utilizan muchas otras tecnologías y protocolos complementarios, que aumentan considerablemente su complejidad.

El ingente volumen de datos producidos por las aplicaciones del metaverso (al ser un entorno en tres dimensiones se genera un tráfico varios órdenes de magnitud superior a las dos dimensiones de las pantallas actuales), junto con el requisito de un bajísimo tiempo de latencia (retardo debido a la red), hace necesaria una nueva tecnología de comunicaciones de ultra-alta velocidad, capaz de soportar rendimientos de cientos o miles de Terabits por segundo (billones de bits por segundo) con bajísimo retardo.

Otro de los problemas es el elevado consumo de energía de las redes actuales, que entre otros factores hace de la industria de las telecomunicaciones uno de los principales consumidores mundiales de energía eléctrica, cuyo gasto aumenta sin parar. Este elevado consumo es, a su vez, un desafío para la ingeniería y una limitación severa para la evolución y el desarrollo de las redes de comunicaciones de alta capacidad.

Por último, no es ya apenas necesario llamar la atención sobre la inseguridad inherente y creciente de Internet. La ciberamenaza se ha generalizado en todos los órdenes. Los atacantes aumentan en número y sofisticación, incluyendo ya sin tapujo alguno a Estados soberanos. Los daños de la cibercriminalidad a escala mundial son inmensos, superiores ya a los del narcotráfico.

Para resolver los problemas críticos de la red que sirva de soporte para el metaverso se precisa pues una tecnología que pueda escalarse a la capacidad que este requiere, con el mínimo consumo de energía posible, y que aporte además seguridad inherente, convergencia y coexistencia con Internet.

A las mencionadas dificultades, añadiremos aquella que a nuestro juicio es la más relevante, la ausencia de estándares y protocolos, que a su vez garantizan dos características determinantes para el éxito de cualquier red de comunicaciones: su apertura y su interoperabilidad. La red ideal en este sentido es aquella capaz de convertirse en referencia común de funcionamiento para cualesquiera otras redes y servicios. Aquí radica la clave del denominado «efecto red», por su parte determinante para explicar el éxito de unas redes y el fracaso de otras: nadie tiene especial interés en pertenecer a redes carentes del número de miembros necesario para asegurar su utilidad. La «Ley de Metcalfe», quien inventó Ethernet en 1973, establece que el valor de una red es el cuadrado del número de nodos en esa red, pudiendo ser estos los propios equipos de la red, sus servidores y los usuarios conectados. Y de ahí también que cuantos más usuarios tenga una red, más usuarios esté llamada a integrar, pues los nodos nuevos de otras redes tienden a enlazarse con aquellos nodos que cuentan con más conexiones (ley de la «adhesión preferente», A.—L. Barabási). Los ejemplos en este sentido de Arpanet (inmediata antecesora de Internet), de la citada Ethernet o de Wi-Fi son paradigmáticos.

La importancia de la apertura e interoperabilidad queda asimismo evidenciada por la experiencia acumulada en las dos fases anteriores de Internet, Web 1.0 y Web 2.0. Pese a su diseño original abierto e interoperable («de extremo a extremo»), y desde mediados de los noventa, Internet ha venido generando casi tantos «silos» (Berners Lee) como proveedores de servicios emplean su infraestructura. Bien está que Internet se haya demostrado un «caldo de cultivo» eficaz para la innovación (D. Post), aunque no cabe duda de que una interoperabilidad completa habría hecho posibles relaciones «horizontales» o «directas» entre todos sus usuarios (imposibles con el modelo cliente — servidor de los protocolos TCP/IP de Internet), y no siempre, como hasta ahora, intervenidas por intermediarios, de mayor o menor fuerza. Muchos de los graves problemas que hoy aquejan a Internet derivan justamente de este factor, de la inexorable interposición de intermediarios, algunos de ellos erigidos en poderosos «guardianes», todos simplemente artífices de esos silos que hacen de Internet un entorno digital «balcanizado».

Lo cierto, sin embargo, es que en estas sus fases incipientes, el metaverso se encamina a la réplica de la «balcanización». Facebook no solo se dispone a invertir 10.000 millones de dólares, sino que avizora en el metaverso un El Dorado, hasta el punto de haberse rebautizado en «Meta» y adoptado un nuevo logotipo que alude a la idea de infinito. Microsoft o Google también están en la senda de las inversiones billonarias, como tantos y tantos otros, también de mayor o menor tamaño. Si nada se hace para remediarlo, la experiencia de estos casi treinta años desde la gran eclosión social de internet apunta pues claramente a un metaverso «deconstruido», o lo que es lo mismo, compuesto de tantos «metaversos propietarios» como empresas se lancen a su conquista, aunque solo fuera para rentabilizar sus enormes inversiones de partida. Y a partir de aquí, su virtualidad (nunca mejor dicho) quedaría más o menos limitada, en función de la calidad de las experiencias que la plataforma en cuestión ofrezca a sus usuarios.

Ahora bien, ¿es esa la «promesa» del metaverso? ¿Una «Internet con gafas» desde el prisma y con los elementos, aunque solo esos, que Facebook o Microsoft o Google nos quieran ofrecer? Escuchamos con frecuencia cómo unos y otros compran bienes, incluso «inmuebles» en el metaverso, pero ¿dónde lo hacen en realidad? No lo hacen en un «metamundo» único, réplica exclusiva del también único mundo real, sino que lo hacen en el metaverso de Fortnite, o de Facebook o de cualquiera con las capacidades tecnológicas para armar este tipo de plataforma tridimensional y sensorial. En el fondo, lo hacen aún en la Web 2.0, es decir, en la Internet que hoy conocemos, por mucho que a la par disfruten de una experiencia tridimensional.

¿No sería en cambio deseable que en lugar de muchos «metaversos», lográsemos crear uno solo con innumerables suministradores de servicios? El «Metaverso», así, con mayúsculas, no «interpretable» por quien lo ofrezca, no deconstruido, no escaso y en consecuencia de todos y para todos. El Metaverso, en tanto que auténtica y única réplica del mundo real.

Este metaverso único exigiría desde luego lo que hemos dicho es hoy su más fundamental carencia, es decir, su apertura e interoperabilidad. Internet quedó a medio camino de lograr una apertura general. Mientras que con la electricidad y con tantos otros recursos hoy día absolutamente esenciales (teléfono, gas, agua, etc.), eso solo se consiguió con la construcción de redes públicas.

¿Sería pues posible y deseable crear una red pública del metaverso? Entendemos que las razones antes expuestas bastan para defenderlo. Ese objetivo podría conseguirse a través de una doble vía: una, operando en el nivel más básico, el de la infraestructura física de la red; otra, haciéndolo en el nivel lógico, armado como se sabe sobre código informático.

En lo que a la infraestructura física se refiere, lo que aquí se propone es crear una nueva plataforma multiservicio, extremadamente simple, aunque al tiempo plenamente interoperable con la actual Internet. La experiencia secular adquirida en el despliegue de las redes telefónicas, unida a la obtenida en la implantación de las redes que operan con los protocolos TCP/IP de Internet, invita a aprender de sus respectivas ventajas e inconvenientes. De ahí que lo ideal sería que el sistema de comunicaciones que sirviera como infraestructura para el metaverso ofreciera servicios con las características de las redes telefónicas tradicionales (circuitos) y, por otro lado, con las técnicas del protocolo IP (paquetes), que han dado lugar al éxito de Internet. Con esta tecnología, la vulnerabilidad de los equipos de Internet no se extendería a la red del metaverso, del mismo modo que no es posible atacar desde Internet un teléfono fijo conectado a la Red Telefónica Conmutada. Los beneficios de esta hibridación son claros: combinar a la vez las ventajas del teléfono, por excelencia la seguridad; y las de Internet, ante todo la flexibilidad y la eficiencia. Finalmente, esta plataforma multiservicio estaría específicamente diseñada para disponer de una capa de convergencia única para las Redes de Próxima Generación (NGNs), de mucha más capacidad y altísima velocidad, conforme a lo que el metaverso demanda.

Pasamos en segundo lugar al nivel lógico. Esta posible Web 3.0 que sería el metaverso no solo tiene en común con las dos fases anteriores de Internet su arquitectura (código; infraestructura de equipos y comunicaciones; contenidos y servicios). La Web 3.0 tiene también potencial para aglutinar relevantes tecnologías disruptivas, muy especialmente Blockchain, que en el fondo es un protocolo más de aplicaciones, y que en cuanto tal, se arma igualmente sobre Internet. Blockchain se caracteriza asimismo por su ADN descentralizado, el cual podría justamente convertirse en palanca que el metaverso utilizaría para propiciar relaciones «horizontales» y directas entre sus usuarios, más allá de intermediarios.

En efecto, gracias a esa nueva plataforma multiservicio a modo de infraestructura de red y a las cadenas de bloques como motor, el metaverso podría así permitir que tu «avatar personal» transite sin trabas de un mundo virtual a otro, con independencia de quien lo promueva (big techs incluidas), con lo cual su potencial sería sin duda mucho mayor que si se limita a reproducir nuestra actual Internet de «jardines vallados».

Una infraestructura de red pública para el metaverso, que a su vez estuviera armada sobre Blockchain. Esto es lo que propugnamos.

Figura. Red pública del metaverso conforme a infraestructura multiservicio y protocolo Blockchain.

Internet nació del esfuerzo conjunto de la comunidad universitaria y la Defensa de los EE.UU. Ese embrión, desde luego público en medida esencial, devino después en el recurso de incalculable valor que hoy conocemos. Por el camino, su principal aplicación, la World Wide Web, fue resultado del ingenio de un investigador británico ubicado profesionalmente en un centro de investigación público y puramente europeo.

Europa, cuna del verdadero creador del concepto de Internet, el francés Louis Pouzin, lleva decenios a remolque de las iniciativas de otros países en tecnología digital, básicamente los EE.UU. y ahora también China. Lideramos algunos ámbitos digitales en el mundo, pero solo en lo que se refiere a las facetas regulatorias y legales, que sin deber desdeñarse, no constituyen más que un aspecto de lo que también desde Europa se viene denominando «soberanía digital»: nuestras normas digitales acaban siendo el estándar en todo el mundo que comparte nuestros valores, pero distamos de ser «tecnológicamente soberanos». A pesar de la altísima calidad de nuestros investigadores, y por toda una serie de razones cuyo pormenor desbordaría este trabajo, el «paso tecnológico» nos viene dado desde fuera.

El metaverso podría ser una oportunidad para cambiar este escenario. Esa red pública exigiría sin duda inversiones (no necesariamente muy cuantiosas, al menos en sus fases embrionarias, durante las cuales cantidades entre los tres y los cuatro millones de euros podrían considerarse suficientes). No obstante, el panorama de un metaverso abierto e interoperable abriría oportunidades de inmensa potencialidad en cualesquiera ámbitos de la vida humana que se pueda imaginar, que irían mucho más allá del educativo, comercial, cultural y de entretenimiento o de la comunicación en que todavía hoy se suelen proyectar. Y si fuera Europa quien diera esos pasos, sería también nuestro Continente el que se situaría a la vanguardia, sin duda presumiblemente compartida con las grandes empresas globales del sector, de una tecnología que podría devenir determinante en el desarrollo de toda la Humanidad, como hemos visto han llegado a serlo las fases anteriores de la Web 1.0 y Web 2.0.

La iniciativa no sería del todo nueva a escala de la UE. GaiaX, la llamada «nube europea», constituye un buen precedente, en cuanto que infraestructura propulsada desde los poderes públicos europeos para contrarrestar la hegemonía mundial de las Big Techs estadunidenses en computación en nube. Pero nótese que hablamos de «contrarrestar»: por encomiable que sea, GaiaX es una iniciativa reactiva, nacida desde la enorme inferioridad de los recursos tecnológicos europeos en esta parcela de la computación, a su vez ya clave en el día a día de nuestras empresas y nuestros consumidores. Todos «vivimos» ya en la nube. La de las grandes tecnológicas estadounidenses, eso sí.

Por el contrario, una red pública europea para el metaverso sería una iniciativa proactiva, pionera y sobre todo capaz de colocar a la UE en la cabeza mundial en este recurso potencialmente clave.

Se dirá que, pese a todo, esta red pública europea no sería más que un «David», frente al «Goliat» de las grandes tecnológicas mundiales, ya avanzadas además en la exploración de este nuevo entorno. También lo fue sin embargo la naciente Internet de los pasados sesenta y setenta, frente al «Goliat» de las empresas de telecomunicaciones de esos mismos años. Éstas no quedaron de hecho con los brazos cruzados al observar la creación y crecimiento de Internet (Arpanet por entonces). Reaccionaron y generaron su propia red alternativa, la llamada X.25. Es no obstante general reconocer que quizá llegaron tarde para ganar esa batalla. Poco a poco todas ellas se fueron haciendo a la idea de que Internet era el futuro. Hoy día, la misma telefonía, la médula del negocio de estas compañías, «corre por Internet». Mientras tanto, solo los entendidos saben qué pueda ser esa llamada «red X.25» (por mucho que, por cierto, siga existiendo).

¿Quién está en condiciones de asegurar hoy que las grandes tecnológicas no terminasen también por unirse a la red pública europea para el metaverso? Nada impediría que sus plataformas siguieran ofreciendo en su integridad y en toda su virtualidad sus servicios. Máxime cuando la infinitamente mejor experiencia de sus usuarios, fruto de la plena interoperabilidad de cualesquiera plataformas, no haría sino redundar también en su beneficio. «Win» pues para los usuarios; «win» para Europa; «win» para las plataformas. Si se nos permite, «win» para todos, para todos los países y todos los usuarios del mundo, pues esta red nacería, como lo hizo la misma Internet, por definición, abierta. Sus estándares y protocolos se elaborarían con la vocación y la aspiración de convertirse en los estándares y protocolos de un único Metaverso.

España podría, por su parte, jugar un papel protagonista en esta iniciativa. Hemos dicho que el metaverso precisa de una infraestructura de comunicaciones electrónicas de enorme capacidad. El propio 5G, aún apenas desplegado, queda aquí ya pequeño. Nuestro país, sin embargo, quizá por primera vez en cientos de años, parte en esta carrera con el «reloj tecnológico en hora» (Banegas Núñez). Nuestra red de fibra óptica, decisiva a estos fines, es la mayor de toda Europa, superior a la de varios grandes países europeos juntos. La nueva plataforma multiservicio que completaría la infraestructura podría construirse a corto plazo sin grandes problemas, sin más que allegar los recursos necesarios (no tan cuantiosos, como hemos dicho). En cuanto a Blockchain, no nos es precisamente ajeno: muchas de nuestras empresas y consorcios público-privados de relevancia mundial investigan hace años sobre él, mientras que muchas de aquellas lo emplean cotidianamente en sus procesos, habiéndose incluso llegado a convertir en la principal vía de innovación para nuestras empresas pequeñas y medianas (COTEC). España podría impulsar la idea en Europa, al tiempo que dar simultáneamente lugar a proyectos en esta misma línea, tanto a escala estatal como autonómica, dentro de nuestras propias fronteras. Al fin y al cabo, «las ideas que se cocinen en España deben tener en España su primer campo de pruebas» (Gómez Moreno).

El metaverso tiene potencial para convertirse en algo infinitamente más productivo, y sobre todo más útil, en cuanto que verdadero instrumento de progreso, que una mera «Facebook con gafas 3D». Una red pública multiservicio europea como infraestructura del metaverso puede ayudar a que así sea. Y el alma descentralizada de las cadenas de bloques no puede encajar mejor con ese ideal de un Metaverso único, abierto e interoperable, por el que, «encarnados digitalmente» en nuestros avatares, podamos algún día deambular con entera libertad.

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