PARVA DOMUS MAGNA QUIES, inscripción que se ponía a la entrada de las casas romanas. Su significado es «la casa es pequeña, pero la tranquilidad es grande».
Fundamentalmente, la familia como unidad sociológica, galvanizadora de la sociedad (no en vano, Horacio afirmaba que DOMUM PUSILLAM REPUBLICAM, es decir que, «una casa es una pequeña república»), es un grupo organizado por lazos personales íntimos y domésticos. Y ¿qué es la familia sino el más admirable de los gobiernos…? señalaba Lacordaire.
Es el medio, para desarrollar personalidades socialmente útiles y transmitir el transcendente cúmulo de conocimientos humanos, tales como el idioma, la escritura, la conducta social, y del que se sirve un grupo social, una tribu, para perpetuar su organización. Como diría Cimbali, la familia es «... el lazo elemental más sólido de la sociedad, laboratorio fecundo de existencias humanas y campo inmediato donde se desarrollan los gérmenes de los vicios y de las virtudes, escuela de moralidad y de costumbres...». Esta historia ilustra a las claras su fundamentación…
Un padre enfermo llama a sus cinco hijos a su lecho de muerte. Entrega a cada uno una vara de abedul y les pide que las rompan. Lo hacen sin esfuerzo. A continuación, el mismo anciano, junta un número idéntico de varas y las ata con fuerza a un cordel. Luego le pide a cada uno de sus hijos que intente romperlas. Les resulta imposible, incluso aunando todas sus fuerzas. «Estas varas», sentencia el anciano «sois vosotros, mis hijos. Uno, aisladamente, puede ser eliminado con facilidad, pero si permanecéis juntos y unidos seréis imparables e invencibles».
Así, a lo largo de la historia han existido diversos tipos de familia. En la familia puramente «patriarcal», recae la dirección sobre el miembro varón más anciano del grupo. Su autoridad es absoluta. Dispone de sus hijos y de los hijos de sus hijos, de su propiedad y de su trabajo. Esta modalidad patriarcal, alcanzó su preponderancia en la Roma primitiva en la que el padre poseía autoridad completa sobre los demás miembros de la casa: podía venderlos como esclavos o condenarlos a muerte. Los mismos, se libraban de la autoridad paterna: el hijo si había sido vendido tres veces; la hija, si había sido vendida una vez o se casaba cum manu (por eso antes se casaban muchas mujeres, para salir de casa o liberarse de sus padres). Por otra parte, la pérdida de derecho de ciudadanía del padre o su muerte, destruían la patria potestad. Poco a poco, se fue limitando el alcance de dicha autoridad, y en la época de Cicerón, la familia romana, ya se parece mucho a la moderna. En cambio en la familia «matriarcal», la mujer sigue siendo miembro de su propia familia después del casamiento, y el marido vive con los parientes de la esposa. Sus hijos pertenecen a su familia y heredan su nombre y posesiones. Las hermanas e hijos de las hermanas del varón heredan sus propiedades. La permanencia de los lazos matrimoniales en la familia matriarcal descansa en la mujer, aunque esto no significa necesariamente que la esposa tenga todo el poder. Prácticamente el régimen matriarcal ha sido siempre un fenómeno raro. Como señala García Gallo, no era la mujer la que gobernaba la familia o el grupo social, sino el hermano de la madre, es decir, el tío materno que no se había desvinculado del grupo. Y cuando la ascendencia de las mujeres en la vida social era muy acusada, se formaban frecuentemente sociedades secretas de hombres, en las que se entraba bajo rigurosas pruebas y conforme a ciertos ritos, que trataban de contrarrestar dicha ascendencia.
La familia, ha sido por consiguiente, un elemento esencial para la civilización humana. Así, la organización patriarcal de la familia ha existido siempre, en forma más o menos modificada, en la civilización occidental, y ha sido reconocida como principio de derecho común que hace del hombre el cabeza de familia.
Y ha sido el Derecho romano, quien ha trasladado a nuestros ordenamientos modernos la concepción de la «patria potestad» (autoridad paterna) como el poder que tiene el padre (paterfamilias) sobre los miembros de su familia.
En latín el término «familia», proviene de «famulus», que deriva del término osco «famel», que a su vez tiene su origen en la palabra sánscrita «vama» que significa «esclavo»
La familia, se entendía en un sentido amplio de la palabra, incluidos los esclavos, y las personas y las cosas que habían pertenecido a una casa, pertenecían al padre, y él, era libre de usarlas como se le antojase. Así, es clásica la definición latina de Ulpiano IURE PROPIO FAMILIAM DICIMUS, PLURES PERSONAS, QUAE SUNT SUB UNIUS POTESTATE, AUT IURE SUBIECTATE, es decir, familia es el grupo de personas sometidas al poder doméstico de un jefe. El padre, especialmente en las zonas rurales o en grupos sociales no asimilados, sigue ostentando la jefatura histórica en mayor grado que en la ciudad. A partir de la Revolución Industrial, la familia campesina ha permanecido como unidad económica y cultural más estructurada que la familia urbana. Y aunque se ha reducido considerablemente el dominio del padre sobre las vidas y propiedades de su familia, se reconoce todavía su jefatura. Da su nombre a la familia, es el principal propietario, y era obligado por la ley a proveerla de comida, vestido y albergue, y era responsable en gran parte ante la sociedad, de la conducta, bienestar y el honor general del grupo. No en vano, etimológicamente, en latín el término «familia», proviene de «famulus», que deriva del término osco «famel», que a su vez tiene su origen en la palabra sánscrita «vama», que significa «esclavo», «siervo» o «sirviente», indicando el grado de dependencia y sumisión. Esta fábula es muy significativa…
Un rey le pidió a uno de sus súbditos, que vaciara el pozo de su jardín, y le dijo:
-
— Con ayuda de este balde, sacarás el agua y la echarás en aquel banasto. Tienes solo un día para cumplir esta tarea. El hombre comenzó su trabajo con poco entusiasmo. ¿Por qué llevar el agua lejos del pozo, y echarla en el banasto? Tenía ganas de abandonarlo todo, pero se dominó: —El rey mandó y yo obedezco.
Finalmente el balde, raspó el barro del fondo del pozo y siguió trabajando. Al final de la tarde el soberano se acercó. Decepcionado, el obrero le vio dirigirse, no hacia el pozo vaciado, sino hacia el canasto lleno de cieno, y he aquí, que de éste, el rey retiró un anillo que tenía engastado un precioso diamante. La víspera había dejado caer esa joya en el agua.
-
— Fuiste fiel en el trabajo que te mandé, —dijo el soberano—. Te tomo a mi servicio.
Esta concepción ha sido la imperante hasta generaciones recientes y aún mantiene su arraigo subliminal en la sociedad actual. De ahí, surge la violencia de género, el sometimiento de la mujer y otra serie de fenómenos que afortunadamente se cuestionan en nuestros días.